Mañana podremos ver por las calles y plazas de Elche a niños y niñas realizando una obra solidaria de alto alcance. Y todo ello se debe al movimiento que el obispo de Nancy, Charles Auguste de Forbin-Janson, puso en marcha para la ayuda a otros niños con necesidades de todo el mundo, naciendo el 19 de mayo de 1843 la Asociación de la Santa Infancia, a la que Pío XI declaró «Obra Pontificia» el 3 de mayo de 1922.

Es posible que algunos lectores de este diario, con cierto cúmulo de años sobre sí, recuerden la celebración de lo que para los escolares era una verdadera fiesta, responsable de un hecho en sí, de entrega a los menos favorecidos, sintiéndolos como hermanos o amigos lejanos, y es que los objetivos de la santa infancia, conocida en la actualidad como Infancia Misionera, han sido siempre ayudar a los educadores (padres y docentes) a despertar progresivamente en los niños y niñas una conciencia misionera, moviéndolos a compartir la fe y los medios materiales a su alcance o recaudados, con los alejados y necesitados, comportándose con su proyección humana, como responsables de reconocer el derecho inalienable de todos a obtener los recursos precisos para la consecución de lo imprescindible, que urge a otros niños para afianzar su propia dignidad.

Para ello por parte de esta Diócesis se vienen realizando convivencias, campamentos, charlas y publicaciones que hacen de cada parroquia, colegio y familia un cúmulo de partícipes en un programa pedagógico-catequético, actuando como sujetos activos de su propia educación. En la fotografía que aparece en este escrito, efectuada en 1969 en el Barrio de San Antón, podemos constatar cómo se unían los criterios y el compromiso de unas familias de bajo nivel económico, con unas escuelas unitarias con carencias notables y una parroquia cuya sede era un pequeño local comercial debidamente adaptado. Pero estos niños, al igual que otros muchos en nuestra ciudad, eran solidarios, amaban incluso a los que no conocían y realizaban, ayudados por sus mayores, una labor que ahora socialmente está siendo soslayada por influencias de algunos medios que inundan las mentes de objetivos fatuos, mientras critican e incluso zancadillean, todo aquello que puede partir del concepto trascendente de toda persona porque su procedencia parte de un espíritu religioso.

La evolución en estos cuarenta años que nos separa de la metodología educativa es patente, pero sigue habiendo familias concienciadas, maestras y maestros abnegados, catequistas y misioneros entregados y un Elche religioso, más o menos practicante, pero consciente de su deuda con un prójimo y, en este caso, infantil, que precisa para los proyectos que se tienen previstos en las zonas de misión y que, para ello, además de oraciones, necesita autoconvencerse de lo que significa la solidaridad y la promoción íntima, personal y espiritual de esos niños que podrían ser nuestros hijos o nietos, pero con la mala fortuna de haber nacido en lugares de desamparo y olvidados por políticos autóctonos o foráneos que no dedican los medios adecuados para la consecución de un igualitarismo complejo pero viable. Espero por ello, confiando en la predisposición positiva de todos y cada uno de nosotros, hacer otro escrito el año próximo para dar las gracias a los ilicitanos/as por su abnegación, ayuda y compromiso por la Infancia necesitada del mundo.