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Tuvieron y tienen

Las cosas corrientes adquieren los absurdos trazos que les caracterizan con sus juegos de palabras y dobles sentidos

Conservan el vigor, la habilidad y el cierto atractivo que los condujo a la fama televisiva, tras su paso por actuaciones callejeras y en bares. Posteriormente, los escenarios han dado a luz Siempre perdiendo (1995), Visto y no visto, Cuanto más viejos más pellejos, Parecido no es lo mismo o ¡Quien tuvo, retuvo!, espectáculo que acaba de verse en el Principal de Alicante con estos amigos, juntos desde hace 35 años. Faemino y Cansado han vuelto a casa después de Navidad para ofrecer a su extenso club de seguidores lo que saben hacer a dúo. El alto y el bajo o el tonto y el listo, como las típicas parejas cómicas y el mundo de los payasos. Javier Cansado lleva la antorcha de la iniciativa con enredosa e imparable locuacidad. Carlos Faemino replica, contribuye al verbal enredo. Y las frases rápidas y los golpes de humor se acumulan. Las cosas corrientes adquieren los absurdos trazos que les caracterizan con sus juegos de palabras y dobles sentidos. La complicidad de los espectadores se impone desde antes de empezar la actuación de ambos madrileños. Locos y cuerdos a la vez, continúan haciendo de las suyas. Provocan risas, aplausos y parlotean, sin decir casi nada o apuntando mejor, con su popular e intelectual carácter. Practican el saludable deporte de la desmitificación, de reírse de la seriedad, de sí mismos. El tonto es pícaro y el listo ejerce de cínico parlanchín, a lo que se une el otro. El contraste y la viva conexión funcionan. Tienen la amplia virtud de sacar provecho a algunas de sus carencias. Cocinan esa sopa de ganso y la sirven a los comensales. Siempre hay granos, agudezas y paja. Sacan punta, las absurdeces obtienen credibilidad y pasan de una cosa a otra con su asociación de ideas. Es la manera de ser y estar de Carlos y Javier, Faemino y Cansado, quienes ofrecieron su mejor versión en aquella serie titulada El orgullo del tercer mundo. Al hombre invisible no se le ve, y un corredor de bolsa corre con una bolsa de plástico. Los contadores de historias, Arroyito y Pozuelón, sin sus clásicos trajes con chorreras, tienen cabida en la función de Ángel Javier Pozuelo y Juan Carlos Arroyo, esos dos chicos de barrio que han llegado a la cumbre.

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