Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

De aquellos tiempos pasados...

El problema de todo esto es que a principios del siglo XIX no existía el tocadiscos ni ningún medio de reproducción sonora que pudiera hacerles llegar el sonido de los diferentes instrumentos solistas

A mí me emocionan esos conciertos en los que un solista de talla mundial, en este caso Emmanuel Pahud, centralizan el contenido del espectáculo. Pero no vayan a creer que es algo nuevo. Este tipo de concierto nos viene desde los primeros pasos del Romanticismo, momento en el que aquel que destacaba en un instrumento, -ya fuera el piano, el violín, el contrabajo o instrumentos desaparecidos como el arpeggione- cogía el petate, se lo echaba al hombro e iniciaba una gira de conciertos en la que el instrumentista, o la instrumentista -no vayan a creer que se está descubriendo nada nuevo- hacía de localizador, promotor, divulgador, publicista y, por supuesto, solista del concierto. Para dichos recitales frecuentemente se servían de pequeñas orquestas locales a las que previamente, y contando con la poca cantidad de ensayos que tendrían disponibles, les componían obras de una orquestación sencilla hasta el punto de que se pudiera leer a primera vista. De ahí el falaz mito de que obras como los conciertos para piano de Chopin estuvieran mal orquestadas, correspondiendo la realidad a que eran obras destinadas a los viajes que el joven Chopin tenía pensado hacer por Europa y en los que buscaba destacar no por sus habilidades como compositor, sino como intérprete. Estas obras, las que los instrumentistas componían para sus giras de conciertos, solían ser o bien conciertos para solistas o, muy frecuentemente, variaciones o fantasías sobre temas de moda en los que mostraban las capacidades técnicas y expresivas de los instrumentos y la gran parte de las ocasiones -excepción hecha de algunas obras del citado Chopin, Carl Maria von Weber y algún otro- no tenían ninguna virtud más allá de las figuraciones saltimbanquis del solista.

Y una obra de este estilo es la que abrió el recital del Emmanuel Pahud del pasado sábado en la Sala Sinfónica del ADDA. Está claro que una gran parte del público que sigue al señor Pahud viene a este concierto con el único fin de verle a él y no esperen verlos en otros conciertos de, por ejemplo, los restantes del ciclo sinfónico. Y lo sabe. Por eso programa obras como las insufrible Fantasía sobre la Flauta Mágica de Mozart arreglada por Fobbes-Janssens, obra que por no tener no tiene ni gracia para enlazar los temas -ni para la elección, por cierto- de la maravillosa ópera mozartiana. El problema de todo esto es que a principios del siglo XIX no existía el tocadiscos ni ningún medio de reproducción sonora que pudiera hacerles llegar el sonido de los diferentes instrumentos solistas lo cual implicaban un claro desconocimiento de las posibilidades sonoras de los instrumentos. Por lo tanto estas obras tenían sentido. Pero hoy en día en el que cualquier aficionado a la música tiene a su disposición fácilmente la mayor parte del repertorio existente, creo que se puede tirar de obras de más interés, como el Concierto para flauta y orquesta de Ibert que la magnífica Orquesta de Cámara de París con el irrepetible, e impecable, solista francés interpretaron a continuación, pero que se vio oscurecida, como el resto del concierto, por el tedio que esa obra -fuera de tiempo y lugar- había despertado al abrir el programa.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats