A sus ochenta y cuatro años la inglesa Jane Goodall, antropóloga, mensajera de la paz de la ONU y experta mundial en primates, cuando se le pregunta sobre el hombre y la mujer en el mundo científico, por temas de igualdad entre géneros o algo similar, ella, experimentada y curtida en cien mil batallas, siempre contesta con la misma historia y cuenta: «En una tribu indígena de algún lugar en la selva latinoamericana el jefe me dijo: Nosotros pensamos que la tribu es como un águila, un ala es masculina y la otra femenina. Sólo cuando las dos alas son iguales la tribu es capaz de volar». El pensamiento, el razonamiento de este jefe tribal tan simple y sencillo que, a nosotros como sociedades desarrolladas, nos puede sorprender no es nada descabellado. Expertos que estudian el comportamiento humano han llegado a la conclusión de que las sociedades cuya forma de vida giran entorno a la naturaleza y viven en contacto con ella actúan de manera más igualitaria. Hoy en día se puede observar en comunidades amazónicas que subsisten aún envueltas en la naturaleza dando fe de este comportamiento paritario, como muy bien apunta la primatóloga inglesa.

Si nos remontamos en la historia nos podemos fijar en la Edad Media. Mientras uno de los filósofos más influyentes en esta época, Aristóteles, que a la vez que describía a la mujer como «un hombre incompleto y débil, un defecto de la naturaleza» también construía los primeros tramos del tortuoso camino que la mujer europea recorrería y por el que aún deambula, al norte los vikingos estaban muy alejados de esta norma. Las vikingas podían ser y eran líderes, gobernantes y guerreras. Las mujeres vikingas tenían un estatus que ninguna otra mujer de la época tenía y gozaban de un estado igualitario tanto legal como social. No nos debe de extrañar que siglos después la mujer escandinava siga siendo el mejor ejemplo de igualdad conocido entre hombre y mujer. Si viajásemos un poco más y fuésemos unos miles de años antes del nacimiento de Jesucristo nos sorprenderían las mujeres Celtas o las Astures aquí mismo en la península Ibérica. Mujeres que desconocían el machismo, el feminismo, el matriarcado, el patriarcado y por supuesto nunca tuvieron la necesidad de luchar por su espacio, por sus derechos. Disfrutaban de un modelo de igualdad entre géneros que sería la envidia de cualquier país civilizado y democrático.

Algo está cambiando, por fortuna estamos asistiendo a movimientos cada vez más reivindicativos e incansables, reclamando la posición social que la mujer nunca ha debido perder. Como ejemplo dos pinceladas. Una preventiva, como la que están llevado a cabo buena parte de las mujeres andaluzas que, aunque Santiago Abascal, líder de Vox, las tache de «terroristas callejeras», siguen manifestando su repulsa contra la formación de ultraderecha por si tiene intención de llevar a cabo alguna de sus medidas contra la violencia de género que ya habían esbozado en campaña electoral. Otra de constancia y perseverancia como la que se estamos viviendo en la Vega Baja. Al grito de «Vivas nos queremos» y en un silencio atronador, mujeres y hombres se concentran durante diez minutos en un lugar de su localidad cada vez que un mal nacido asesina a su pareja.

El movimiento que hace menos de un año nació en Almoradí con apenas una docena de personas, hoy se extiende como un reguero de pólvora por toda la Vega y ya son siete los pueblos que con este gesto expresan su rabia, su indignación y ponen de manifiesto la necesidad imperiosa de poner fin a esta barbarie. Y es que el 2019 se prevé duro, muy duro y los números auguran cifras terroríficas. Si en la primera quincena del año ya son 7 las mujeres asesinadas y un año tiene 24 quincenas?, no debemos, no podemos bajar la guardia ni mirar para otro lado ante este panorama tan desolador.