El historiador de Oxford Yuval Harari, en su último libro «21 Lecciones para el Siglo XXI» dibuja un escenario sobrecogedor para las nuevas generaciones. Es verdad, que su apocalipsis puede no ser tanto. Porque decir que anteriormente la gente era dominada y con la próxima generación digital la gente será ignorada, es jugar con las palabras. Porque es verdad que la dominación física y la esclavitud han dejado paso a otro tipo de dominación. Pero las personas ignoradas, las personas ajenas al devenir del mundo, han circulado por nuestra historia siempre. Es la semántica, la que utiliza brillantemente este autor para ensombrecer una realidad vital: el ser humano es generoso y egoísta a la vez.

Un auténtico ejército de troles y de invertebrados mentales ha acampado en las redes sociales para no irse. La propia soledad ha contribuido a la necesidad de «quererse virtualmente». Esos «likes» son la constatación de una soledad atroz. Para muchos de ellos, con necesidades especiales de cariño, amor y cercanía, esta herramienta populachera invoca a una amistad irreal.

El mundo se ha convertido en algo más irrespirable con la mensajería del odio. Hay gente que necesita circular el mal, y le va bien en esa buitrería barata. Las noticias son meros acontecimientos de hechos refutables, pues siempre hay uno comentando que el sol no ha salido a la hora prevista, cuando aconteció a la hora física. Esa irremediable falta de sensatez y de verdad hace padecer a la propia esencia de la verdad. Ya no es verdad lo que es verdad; el sol sale cada mañana. Si no lo que los comentaristas publican en redes sociales atrapados en millones de comentarios absurdos, catódicos y malolientes.

Irrumpir con sensatez y honorabilidad en miles de páginas infectas, en blogs que dicen ser medios de comunicación, en desmentir burdas patrañas y en desmontar a personajes que han vivido del latrocinio y el trinque, se antoja harto difícil. Cuando un espía tiene los santos cojones de «putrefactar» la vida social, económica y política de un país, algo está enfermito. Que haya gente que se sentó a comer con ese personaje y hoy todavía esté sentada en el Consejo de Ministros, refleja a ciencia cierta la pobreza de honestidad de cierta clase política.

Pero no todo puede ser malo en ese mundo tan abiertamente digital. Son muchas las maravillosas innovaciones que nos hacen más felices, más sanos y más orgullosos. ¿Cómo no ver a tu nieto que vive en Australia por video llamada? ¿Cómo no aprovecharse de la experiencia y sabiduría del banco médico de datos más importante del mundo? ¿Cómo no comunicar con tus amigos de manera fácil, ágil y sencilla? ¿Cómo no estar orgulloso de las noticias positivas de tu hijo que aparece como un creador de imágenes y de arte en internet?

No. No todo es basura de halitosis en la comunicación digital. Solo que cuesta quitarte de la cara esa apestosa ráfaga de todos los odiadores, llamados «haters». Cada mañana el mundo digital nos muestra una maravillosa experiencia donde las cosas buenas son más poderosas que las malas. Aunque los malos utilicen este canal para mentir e incumplir la ley.

La poderosa imagen falsa de cualquier evento, o noticia, no contribuye a mejorar nuestra relación humana. Claro que tenemos que protegernos contra los que ya han mentido. Claro que hay que aislarlos, bloquearlos y silenciarlos. Porque la propia dignidad humana nos obliga a no repetir errores del pasado. Que casi todos son errores de odio. Ese odio que hace posible que de la halitosis se pase al vómito.

Una sociedad que avanza y no muere con estas herramientas. No sobra nadie. Aunque parezca que cada vez haya más gente sola, esa soledad no tiene que ver, a veces, con la tecnología, sino con el mal uso que hacemos de ella. Que una banda de jóvenes se fuera el otro día a despedir a un camión de cerdos que iban al matadero, con profusión de llantos y enviándoles besitos, nos muestra cómo está la tribu. Preocuparos más de vuestros ancianos, de vuestros vecinos que nadie los visita. Atended a los niños que son abandonados, y acogedlos y adoptarlos. Un animal no es una persona, aunque lo digan las redes.