Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Radiografía

Los chinos no dejan de hacer proezas. Cuando digo los chinos, me refiero a todos los chinos, pero de manera especial a los de la tienda de alimentación de mi barrio, adonde llevo a mis nietos los domingos para pasar la tarde.

-¿Cuándo vamos a los chinos? -me dicen nada más entrar casa.

-A media tarde -les digo yo.

Parece que decir "a media tarde" no compromete a nada, pero a eso de las seis ya me lo están recordando. No sé qué compran en los chinos, me limito a pagar. El otro día salieron de la tienda con unos sobres misteriosos que no me permitieron abrir. Como todo es barato, les permito coger tres cosas en cada excursión. Pues bien, estos mismos chinos a los que les compro también las servilletas de papel, las cervezas, la ginebra y los pistachos, por no hablar de un pan de molde estupendo, de masa madre, que tarda dos semanas o más en caducar, son los mismos que han logrado que una semilla de algodón germine en la Luna, en la cara oculta de la Luna, para ser exactos. Digo que son estos mismos que se encuentran a un par de calles de mi casa porque sin su esfuerzo la semilla habría llegado muerta al satélite.

Los chinos de mi barrio son un matrimonio (o eso me parece) que conocen aspectos de mi personalidad que yo ignoro. Cuando me equivoco de marca de yogur, me corrigen con una sonrisa enigmática, sin necesidad de intercambiar una palabra. Ya sé que el término enigmático, aplicado a este universo, resulta un poco tópico. Pero se trata de un tópico que funciona. Por ejemplo: llevo cuatro o cinco años entrando en su establecimiento todos los días, incluidas las fiestas de guardar, y no hemos intimado en absoluto. No hemos intimado, quiero decir, al modo en el que he intimado con Salva, el del quiosco de periódicos, con quien intercambio confidencias y opiniones políticas. La intimidad con los chinos es de otro tipo y, no por silenciosa, menos intensa. Me siento extrañamente unido a ellos porque sé que tienen una radiografía secreta de mí. Créanme cuando les digo que esta pareja, misteriosamente, ha logrado que germinara una semilla de algodón a 380.000 kilómetros de su tienda. Y sin dejar de atender al público.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats