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Moderación política

De izquierda y derecha hemos pasado a moderados y extremistas. O exaltados, como a los que enfrentaron los liberales del diecinueve. Ya está aquí un nuevo frente ideológico, que no responde tanto a los criterios tradicionales socialistas o conservadores, sino a las formas o los aspavientos.

Quienes defienden la moderación en política apelan a la mesura en el gobierno y al combate de los populismos, tachándolos de exagerados y por esa vía de insignificantes, como pensaba Talleyrand. Pero, aunque haya mucha verdad en ello, debe también aceptarse que estos nuevos moderantistas de hoy tratan así de ocultar una verdad incontestable: que los fogosos proyectos emergentes han nacido de la deplorable labor desarrollada durante años por los que debieran haber sido artífices de un reformismo sólido sobre bases reales y abierto a todos los ámbitos sociales, y no en exclusiva a los temas económicos, por esenciales que pudieran ser.

Esa indolente equidistancia o pasteleo de aquellos que enarbolan la prudencia ante todo, sin entrar en las cuestiones más propiamente ideológicas, ha podido servir de caldo de cultivo a esa penosa vehemencia que padecemos, y que está desgraciadamente conquistando los palacios presidenciales en Occidente, con personajes radicales cabalgando sobre discursos encendidos y repletos de disparates que encienden a las masas.

Como nos enseñó Jovellanos, la moderación política no es eso, sino el desarrollo de reformas bien pensadas y sopesadas, con realismo y criterio. Para lo demás, están desde hace siglos las administraciones públicas y sus servidores. Una política limitada a la pura gestión, por buena que esta sea, sin tratar de llevar a la práctica un ideario bendecido en las urnas y con escrupuloso respeto de las reglas del juego, nada tiene que ver con la moderación, sino con la desidia, que habitualmente trae como consecuencia reacciones ardorosas del signo opuesto, aunque sean también lamentables.

Otro factor no menos resaltable de la decadencia de la moderación viene dado por la mediocre selección de aquellos llamados a encarnarla. A diferencia de la calidad intelectual y vital de los que formaron parte de las tendencias moderantistas de hace un par de centurias, cuyos nombres continúan dando lustre a las principales calles de España, o de los auténticos estadistas que la historia internacional contemporánea no ha legado, hoy contamos con personalidades políticas que previsiblemente encontrarían problemas para encontrar empleo fuera de las listas electorales, y que sin embargo continúan decidiendo sobre nuestras vidas y haciendas. Cierto es que este mal se puede predicar de todo el ámbito parlamentario aquí y fuera de aquí, sea templado o fanático, pero es mucho menos propio de las tendencias moderadas, que han estado habitualmente lideradas por personalidades de postín, con sólida consistencia o ejecutoria fuera de toda duda.

En consecuencia, los populismos extremistas no terminarán de crecer y de hacernos daño mientras los que se dicen moderados no hagan lo que tienen que hacer, que es dejarse de zarandajas y de palabrería, de elegir a los mejores, de liberarse de complejos y de defender sus idearios con responsabilidad y sensatez, proyectándolos en avances que redunden en el bien común. Lo contrario, seguirá dando alas a estas corrientes impetuosas, que nunca hablan del futuro, sino de bobadas intrascendentes y de un pasado revisitado para contentar a sus parroquias.

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