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Mandamientos

Los partidos están por encima de los intereses personales, ha dicho la vicepresidenta del Gobierno Carmen Calvo. Se refiere a Susana Díaz. Se lo aclaramos por si no está usted a estas horas, que no son horas, para sutilezas de columnista político. Las cosas claras, que decía Julio Camba, y si no lo dijo debería haberlo escrito. Calvo. Calvo reclama que el poder para quitar y poner a dirigentes lo ejerza la ejecutiva federal y no el PSOE andaluz. A Susana todo se le vuelven pulgas. Su más acorazado y corajudo enemigo es Gómez de Celis, delegado del Gobierno en Andalucía, sanchista de primera hora, que espera, activo, la caída de la expresidenta de la Junta.

Se hace raro escribir expresidenta como se hace raro que discutan el liderazgo de la otrora poderosa. Y todo ha sido en un pis pas. A veces los pis pas, también llamados periquetes, término entrañable y unidad de tiempo muy usada (Manolo, te veo en un periquete) son unas elecciones. Que todo lo pueden cambiar. O sea, Bonilla era un cadáver político a las nueve de la mañana del día de las elecciones y doce horas después cualquier membrillo de su partido que no había parado de criticarlo lo elogiaba. Calvo ha parido un mandamiento, «amarás al partido sobre todas las cosas», mandamiento que conviene seguir cuando ese partido te ha nombrado vicepresidenta, luego de que ese partido te desterrara y no creyeras, que es lo que le pasó a ella cuando se volvió a Cabra a dar clases, en mandamientos ni en el Cristo que los fundó.

Para completar el machaque a Susana Díaz, tal vez muy sibilinamente coordinado, habló un rato después José Luis Ábalos, secretario de organización del PSOE. Para decir que es el partido el que te pone y el partido el que te quita. O sea, otro mandamiento: San Pedro te la da y San Pedro te la quita. Pedro Sánchez, más en concreto. Se nos están poniendo los socialistas mandamientistas, valga el neologismo. Sin embargo, la militancia andaluza parece aún convencida del honrarás a Susana y a Susana y en el no robarás. Su liderazgo. Lo que sí está claro es que en Madrid no hay precisamente un nido de amigos del alma de Susana Díaz, a la que no obstante y aún en difícil trance no se la ve libre de la soberbia, un pecado capital no tan feo como la envidia, por ejemplo, pero que ciega la correcta visión de lo que está por venir.

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