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Ver para leer

Cuando Juan Cueto falleció, la cueva del dinosaurio todavía estaba allí. Estaba repleta de invitados, y cientos, miles, de teles encendidas. Antes de él, había muchas otras cuevas de gran prestigio porque tenían vistas a lugares ilustres como la literatura, la arquitectura o el cine. Eran, además, cuevas ocupadas por grandes sabios y especialistas enfrascados en arduas y hondas reflexiones. Cueto podía haberse quedado en cualquiera de ellas, pero prefirió construir su propia guarida. Hace años, el dinosaurio Juan Cueto excavó una cueva nueva, y ante el desconcierto general la orientó hacia la tele. Fue su primer habitante.

No fue el primer español en ver la tele, qué va. Todo el mundo la veía, ese era el problema. Se daba por sentado que la tele era demasiado popular y accesible como para tener, además, importancia. Solo era la caja tonta. Empezó a dejar de serlo cuando aquel solitario dinosaurio, desde su cueva, inventó la crítica de televisión en España. Sus artículos iban más allá de la lucidez, la inteligencia, la agilidad, el ingenio o el sentido del humor, más allá de que se pudiera estar de acuerdo o no con ellos. Enseñaron que no se puede vivir en el mundo ni entenderlo estando de espaldas a él, que las pantallas habían llegado para quedarse, y que, en fin, había que ver la tele aunque solo fuera para leer sus artículos después. Hoy la tele son muchas teles, y la crítica de televisión son muchas críticas. Cueto recogió ese fuego y lo repartió entre todos para que todos podamos hablar de televisión sin miedo a los dioses. Él nos enseñó que no hay que apagar la tele, sino que hay que saber encenderla.

Y que cuantas más teles, mejor, porque ensanchan la mirada. Juan Cueto, el dinosaurio que construyó la cueva que habitamos y nos inoculó su pasión catódica, ha muerto. La tele no se detuvo cuando ocurrió esto porque la realidad no puede detenerse. Quienes nos refugiamos en su cueva, vecina de la de Platón, no podemos sino rendirle homenaje retirando los velos negros de aquel luto antiguo que oculta espejos y pantallas. Cueto ha muerto, encendamos la tele.

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