El argumento retorcido de la semana, difícilmente superable, es confundir los derechos reconocidos de personas en situación de vulnerabilidad con «privilegios». Derechos de personas que deben ser protegidas por el alto nivel de violencia que sufren y que socialmente se ha normalizado. No sorprende que los varones de Vox, PP o Ciudadanos no entiendan que la sociedad ha normalizado la homofobia, el odio y la discriminación a las personas LGTBI, y que en nuestro día a día convivimos con el insulto, la vejación o el acoso. Sorprenden los políticos que en pleno 2019 convierten en un programa de gobierno la derogación de derechos reconocidos tan básicos como la igualdad, la libertad o la dignidad. Es decir, derechos constitucionales.

Centrar en minorías, como la población LGTBI, el debate político es una humillación difícilmente asumible. Que les funcione electoralmente es otra cuestión: por supuesto en España, en Europa y en el resto del mundo, la homofobia existe. Hay personas que nos odian. Que odian que nos demos un beso o que nos cojamos la mano en la calle. Los hechos nos han dado un baño de realidad, pensábamos que la sociedad española había asimilado que iba a ser mejor si nos respetábamos más, pero al parecer hay quien ha encontrado un discurso que políticamente atrae a determinados votantes. La cuestión verdaderamente indigna es que los derechos humanos, patrimonio de todos, se hayan convertido en un objeto de intercambio y negociación.

La utilización de argumentos simples y falsos no es una novedad en política. En la era de las redes sociales ya no se estila la reflexión profunda, humana y crítica que nos permita alcanzar un pensamiento sosegado. Ahora todo se ventila con soflamas simples y reduccionistas, incompletas o deliberadamente sesgadas. No existe ningún programa de lucha contra el acoso escolar homofóbico que no contemple el fenómeno de la violencia en toda su extensión, sea quien sea la víctima. No conozco ningún educador que, atendiendo la realidad de chicos y chicas LGTBI -que sufren niveles altísimos de exclusión escolar-, desatienda la realidad del niño gordito, la niña con gafas o el menor gitano, negro o musulmán acosado.

Lo que existía hasta la aprobación de las leyes de igualdad LGTBI eran programas de acoso que abordaban todas las violencias en las aulas excepto la que nos afectaba. Y ese era el problema. A la derecha le molesta que se nos proteja en la escuela. Será porque es quien nos acosa.