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El muro de la vergüenza

Levántese y grite conmigo: los inmigrantes son nuestros hermanos. Una nueva ola de xenofobia y racismo está inundando la Europa liberal. La Europa de los derechos y libertades universales que vio crecer entre sus ideas algunas de las más maravillosas realidades de convivencia. Y también algunas de las mayores miserias y atrocidades que jamás hubiésemos imaginado.

Estoy a favor de la inmigración. Regulada y sensata, pero a favor. Cualquier movimiento de cierre de fronteras es un síntoma de debilidad que hace anochecer a las sociedades. Todas las dinámicas antiinmigración siempre recurren al miedo y a la intolerancia. Nunca ven los aspectos positivos que traen, frente al envejecimiento de la población, frente a la escasez de mano de obra, frente a los nacionalismos excluyentes, frente al pensamiento único?

Estoy hasta los mismísimos cataplines de escuchar a los que dicen recoger comida para los necesitados, sólo si son españoles. Como si la condición humana tuviera pasaportes de exclusión. Los derechos y las obligaciones son hijas de un mismo destino, pero dejar tirado al que llega por ser negro, asiático, o diferente, es una anti política europea.

Europa es la solución, no el problema. Cuando las lanzas de estos partidos populistas de derechas, que los de izquierda son iguales, se tornan contra los que llegan a nuestra tierra, una nueva política de confrontación hay que desarrollar. Que un partido diga que hay que expulsar a 50.000 personas es el síntoma de una enfermedad grave. Muchos de esos, que así piensan, son los mismos que se arrodillan en una iglesia con gesto compungido. Fariseos. Los mismos carcas que consideran a un Dios Salvador, empujan a los hijos del mismo Dios a los infiernos. ¿Cómo se come eso?

Plantear los flujos migratorios como diques estancos solo trae miseria colectiva. Mal haremos como sociedad si no somos capaces de organizar la inmigración, tal como hacemos con la política monetaria. Somos capaces de regular el dinero, la logística de materiales, los bancos, las fusiones de empresas? ¿Y no sabemos cómo organizar las llegadas de personas que necesitamos para que Europa sobreviva a su propio envejecimiento?

Somos más los que tenemos que imponer nuestra tolerancia y bienvenida a todos aquellos que quieren contribuir a vivir en Europa. No se asuste usted por la retórica de la violencia y la inseguridad. No hay más inseguridad que nuestros mayores no tengan manos para ser cuidados. No hay mayor zozobra que no tengamos recambio generacional para sustituir a los trabajadores y poder sostener el sistema de pensiones. No hay sociedad alegre y dinámica si no es capaz de incrementar el índice de natalidad que regenere el sistema vital y emocional. No hay posibilidad de crecer económicamente si las personas son cada vez menos y más mayores.

No hay alternativa al bienestar cerrando las fronteras. La sociedad del bienestar no se mantiene por eslóganes baratos de populismos retrógrados. Todos aquellos que integran esa nueva ola de fanatismos antieuropeos son los que desaparecerán cuando las cosas se pongan aún más difíciles. Son los cobardes que actúan en manada para perseguir a los inmigrantes. Cualquier justificación de sus miserias es un paso atrás en la construcción europea.

¡Ya está bien! No permitamos que una banda de salvajes acampe en la democracia europea. Los totalitarismos excluyentes siempre buscan víctimas y verdugos para explicar las grandes crisis. Y no se solucionan los problemas de nuestros ciudadanos renegando de otros.

Si de verdad eres cristiano, lo tendrás difícil para mantener un discurso xenófobo y racista. Tu propia fe te obliga a ver al ser humano como hermano. Si no lo tienes claro, mejor te dejo algunas palabras del Papa Francisco al respecto. De la oración en memoria de las víctimas de las migraciones: «Ilumina a todos, a las naciones, comunidades y a cada uno de nosotros, para que conozcamos a nuestros hermanos y hermanas a quienes llegan a nuestras costas. Ayúdanos a compartir con ellos las bendiciones que hemos recibido de tus manos y a reconocer que juntos, como una única familia humana, somos todos emigrantes, viajeros de esperanza hacia ti, que eres nuestra verdadera casa, allí donde toda lágrima será enjugada, donde estaremos en la paz y seguros en tu abrazo. Amén.

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