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Enero, esa cuesta

Tengo un amigo que nada más empezar el año decidió dejar de fumar, apuntarse a un gimnasio y aprender inglés. Hasta aquí, todo perfecto y predecible. El problema es que conforme va cumpliendo retos, se va animando. Lo siguiente ha sido dejar de tomar azúcar, levantarse todos los días a las seis de la mañana para meditar sobre sí y su circunstancia antes de ir a trabajar, y tomarse cinco piezas de fruta al día. Vale, me digo, algo bueno sacará de todo esto. Después de Reyes ya empecé a notar algo raro: me planteó como objetivos llevarse bien con todos sus cuñados, tomar en serio a su suegro en las discusiones y no asentir siempre a su mujer sin atender a lo que le ha dicho. Lo penúltimo, y que ya me encendió bastantes alarmas, fue que se ponía como metas cosas más abstractas: ser más feliz, ir más a la moda, entender qué es un acondicionador para el pelo, llevarse mejor con sus hijos. «Manuel», le dije «te estás exigiendo mucho...»

El resultado de todo ello ha sido que para cumplir con estos últimos deseos ha dejado a su mujer (para ser más feliz, y para no darle siempre la razón como a los locos), ya no habla con sus hijos (para llevarse mejor con ellos), se ha despedido en el trabajo (tras tanto meditar piensa que era una mierda, y así tiene más tiempo para ir al gimnasio, a aprender inglés, y tomar tanta fruta) y va a comprar a Mercadona con corbatas hiperfinas y zapatos de punta cuadrada (para ir más a la moda). Está un poco en bucle, además, porque para cumplir unos deseos tiene que dejar de cumplir otros: como ha dejado a su mujer para ser más feliz ya no tiene cuñados (ahora que por fin empezaba a llevarse bien con ellos) ni suegro (ahora que entendía los agudos razonamientos de la experiencia). Así que está buscando con quien casarse otra vez (no para ser más feliz, ni para reinventarse sexualmente: sino para para volver a tener cuñados y suegro, que ha descubierto por fin que es la quintaesencia misma de la felicidad). Y si de paso le explica de manera entendible lo que es un acondicionador para el pelo, mucho mejor.

2. A pesar de que ya tiene unos cuantos años, Ciudadanos aún mantenía ese puntito pomposo y un poco cursilón de «lo nuevo frente a lo viejo» en su dialéctica frente al resto de partidos. En ese retintín, un poco repelente a veces, se parecía a Podemos. Cualquier declaración de sus dirigentes sobre cualquier tema era aprovechada para poner de relieve su relativa superioridad ética y su limpieza moral en cuanto a pecados cometidos. Para más inri, hace apenas dos años cambiaron su ideario socialdemócrata por el de «liberalismo progresista».

Por todo esto y más, a los vanidosos ciudadanos naranjas la cuesta de enero les está resultando especialmente dura, al tener que tragarse ese sapo gordote y viscoso que es Vox: unos tipos tan jóvenes, modernos y constitucionalistas como ellos teniendo que aceptar en la fiesta a los más tradicionalistas, reaccionarios y montaraces de la comarca. Cómo será que han celebrado como forofos algo tan pírrico como que no haya habido una foto con ese partido que no quieren ver, ni tocar, ni oler. Pero ese partido está ahí: a ver cómo capean Rivera y compañía a partir de ahora este tema en las tertulias, debates, y entrevistas, y cómo se lo valoran las encuestas. Amén de los bretes en que Abascal y los suyos les van a meter, día tras día, tras día. En Europa (bastantes periódicos y bastantes partidos) ya les han dicho que pulpo no vale como animal de compañía, y que con partidos como Vox no se pacta. Eso, o que quizá los naranjas no son ni tan modernos, ni tan liberales, ni tan progresistas: que todo no se puede tener, Albert.

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