Si hace algunas semanas nos referíamos en esta misma sección a la moda de la utilización del término pasión como excusa para hacer lo que a uno le venía en gana hoy vamos a tratar, de manera breve, la parafernalia que se ha inventado y desarrollado en España en torno al término inteligencia emocional y a las llamadas emociones. Lo primero que tendríamos que dilucidar es qué significa inteligencia emocional. Al parecer viene a ser algo así como la capacidad que tienen las personas para entender, controlar y modificar los estados emocionales propios, así como las de los demás, definición que, como se puede ver, es una de esas frases modernas bobas y carentes de significado real que se ponen de moda de vez en cuando en España. Alrededor de esta idea se ha creado un mundo de justificaciones que tratan de evitar tener que enfrentarse de manera clara a los problemas que la vida plantea. Con la disculpa de que cualquier acción que emprendamos debe ser inmediatamente atendida por los demás en función de nuestras «necesidades emocionales», se ha ido creando una gran disculpa para no tener que justificar nuestras acciones y, sobre todo, no tener que ceñir nuestra actividad a un sentido común que se ha ido perdiendo en esta sociedad infantil que estamos creando.

Dos son los ámbitos en los que la pretendida necesidad de un trato emocional de nuestro comportamiento -yo también sé escribir frases rimbombantes- ha tenido un gran recibimiento. El primero de ellos ya me he referido al principio. Con la utilización de esta clase de palabras a las que se puede dar cualquier tipo de contenido según la necesidad del emisor o del receptor, se pretende crear justificaciones a determinados comportamientos que en realidad no esconden más que un profundo egoísmo en nuestras relaciones con los demás. Lo que hasta hace unos años eran problemas psicológicos derivados de la incapacidad de algunas personas de aceptar sus vidas tal y como son, es decir, con sus aciertos y sus errores, se transformó en algún momento en necesidades emocionales. Con el cambio de denominación a dificultades que, insisto, han existido siempre, se consiguió cubrir de una pátina de modernidad a esos problemas abriéndose un nicho de mercado completamente nuevo. A lo que antes se llamaba ser un hipocondriaco o un angustias se le llama ahora una persona con necesidades emocionales que, por supuesto, sólo se pueden solucionar obteniendo lo que se quiera sin importar las incomodidades que se puedan originar a los demás.

El segundo, como ya habrá adivinado el lector, se refiere a la educación de los hijos. Sabido era que numerosos padres de hijos e hijas de corta edad faltos de carácter y de capacidad de decisión necesitan pedir consejo antes de hacer cualquier cosa que atañe a sus hijos. También que en los últimos años se ha creado un amplio entramado de establecimientos abiertos al público que ofrecen actividades lúdicas de todo tipo para niños de corta edad que tienen como objetivo principal «liberar» a los padres con poco espíritu de sacrificio y así poder desprenderse de sus hijos en estos locales cuando la fatiga les consume. Pero con el descubrimiento de la, al parecer, imprescindible necesidad de que los niños de corta edad aprendan desde muy pequeños a controlar sus emociones se ha dado una nueva vuelta de tuerca. Para remediar esta «alarmante necesidad» han abierto en el centro de las ciudades una especie de clínicas psicológicas (no sé cómo llamarlas) que aseguran poder enseñar a los niños de padres angustiados por el futuro de sus hijos la tan nombrada inteligencia emocional. Pero, ¿qué significa inteligencia emocional? ¿Tan imprescindible es para poder vivir en la sociedad actual? Si es así, ¿cómo hemos podido vivir hasta ahora sin saber controlar las emociones mediante la inteligencia emocional? Es un absoluto misterio.

Esta nueva moda responde a tres intereses. Por una parte, la necesidad de ciertas personas por buscar una excusa para hacer lo que le venga en gana sin parecer lo que realmente es, es decir, una falta de empatía hacia los demás y un concepto egoísta de la vida todo ello revestido con una terminología trendy y cool. En segundo lugar, una manera perfecta de que los padres se escondan de la responsabilidad que supone educar a sus hijos. Ante las dificultades que plantea la crianza muchos padres prefieren llevar a sus hijos a gabinetes psicológicos para que les enseñen normas básicas de educación y de sentido común que deberían aprender en el hogar familiar. Resulta evidente que ello implicaría un esfuerzo, pero resulta mucho más fácil pagar para que otro lo haga y así poder pasar más tiempo jugando con videoconsolas (me refiero a los padres), pasando el tiempo con los amigos de la infancia en el bar favorito o viendo series de moda en la televisión. Y en tercer lugar tenemos que alegrarnos por las nuevas posibilidades de trabajo que han surgido gracias a la inteligencia emocional para los licenciados en Psicología, estudios universitarios que siempre han tenido dificultades para encontrar salidas laborales.