No soy, ni mucho menos, un experto en historia, y menos aún en filosofía de la historia, pero de la lectura de algunos artículos sobre estos temas he concluido que existen, simplificando la cuestión, básicamente dos teorías para explicar el devenir de la evolución de la sociedad: una que propugna el desarrollo linear ascendente de la historia, propugnada por Hegel y Marx, y otra que defiende el concepto circular de la evolución histórica. La primera de estas teorías arranca de la tradición judeo-cristiana, en la que la idea de progreso se basa en el pensamiento mesiánico de acercamiento a la divinidad. La segunda es propia de la Antigüedad clásica y de las civilizaciones no occidentales, para las que los periodos históricos se desarrollan en ciclos recurrentes, cada uno de los cuales son equidistantes de los valores del éxito y la justicia.

Sea como fuere, mi percepción personal es que ambas teorías pueden tener algo de razón. Desde un punto de vista, si se me permite, algo etnocéntrico, la evolución de la sociedad de la Europa occidental sí parece haber tenido una evolución lineal: las libertades democráticas, los derechos de las minorías y los conceptos de justicia social y libertad política que compartimos así lo parecen atestiguar. Sin embargo, empiezan a aparecer signos externos que pueden llevar a pensar que estamos no ya en una especie de «Fin de la Historia», como proclamaba Francis Fukuyama tras la caída del Muro de Berlín, sino en una regresión a etapas que parecían felizmente superadas.

Precisamente, acabo de leer la obra galardonada con el último Premio Planeta: Yo Julia, de Santiago Posteguillo, una novela de ficción histórica, que se desarrolla en las postrimerías del siglo II d.C. y que describe, a través de la historia de Julia Domna, esposa del emperador Septimio Severo, las luchas por el poder y las intrigas de las clases dominantes de la época, luchas que, salvadas las distancias (ahora ya no matamos al oponente político, salvo en Twitter), no distan mucho de las actuales refriegas entre los dirigentes políticos.

La cuestión es que, a pesar de los diferentes pueblos que han pasado por la Península Ibérica, es una cuestión fuera de toda duda que el principal sustrato de nuestra civilización proviene del poso indeleble que nos dejó la romanización. Tanto es así que, por ejemplo, la Navidad que acabamos de celebrar es una festividad directamente relacionada con las Saturnalias, una fiesta romana que se celebraba en diciembre, culminando el día 25 con la exaltación del Sol Invictus, para festejar el solsticio de invierno.

No les voy a desvelar la trama del Planeta 2018, por si quieren leer la novela, pero sí les voy a reproducir un fragmento que confirma mi pensamiento sobre el paralelismo entre la sociedad del Alto Imperio Romano y la nuestra. Se trata de una conversación entre los senadores Tito Sulpiciano y Dion Casio:

- Todo este ridículo -dijo Sulpiciano interrumpiendo las reflexiones de Dion- por culpa de un senador corrupto y un grupo de gobernadores con ambición sin fin. ¿Habrá algún día en que esto no sea así?

- Cuando cambie la naturaleza humana, amigo mío -respondió Dion-. Si es que cambia alguna vez. Si no, te garantizo que en dos mil años todo seguirá igual.

Pero si hay algo que no ha mutado lo más mínimo en los dos últimos milenios, es el gusto por ofrecer al pueblo lo que los romanos llamaban panem et circenses y los castizos, en una traducción muy acertado del giro, denominaron «pan y toros»; aunque la traducción literal, también usada en el español actual con el mismo tono peyorativo que el original latino, sea «pan y circo». La locución panem et circenses fue acuñada por el poeta romano Juvenal, en referencia a los grandes fastos y al reparto de comida gratuita que organizaban los emperadores romanos con el fin de mantener al pueblo subyugado, mediante su distracción de otros hechos más importantes o conflictivos para la clase dirigente.

Elche, 2019 d.C. Javier Baeza, asesor de Cultura, vuelve a su empleo anterior (que lo tenía, lo cual es muy loable). Aún esperamos, no obstante, las explicaciones de la responsable política del área sobre los sobrecostes de 165.000 euros en su departamento, que aún carecen de partida presupuestaria. Blanca González, ex presidenta de FAPA Elx, ex concejal de Educación y actual asesora de Fiestas abandona el barco. Ella no tenía empleo anterior, pero la ha fichado una empresa relacionada con la Sociedad Proyectos Temáticos de la Comunidad Valenciana, cuyo director general es, casualmente, Antonio Rodes. Comienzan las obras de peatonalización del centro, buena noticia en otro contexto, pero que la torpeza del equipo de gobierno ha conseguido convertir en una nueva polémica de la que sólo las inminentes elecciones lo sacarán.

Cuatro de enero, del año de Nuestro Señor de 2019. Web oficial del Ayuntamiento de Elche: «El alcalde, Carlos González, acompañado de miembros del equipo de gobierno municipal, recibirá mañana en la Alcaldía a Alba Reche, segunda clasificada en Operación Triunfo (OT), para reconocer su trabajo, además de la gran labor de difusión del nombre de Elche, realizado durante su participación en el programa de TVE».

Es evidente que esta joven merece un reconocimiento por su talento, pero el espectáculo montado, en el que el señor alcalde de mi ciudad parecía una vedette, me huele un poquito a panem et circenses.