Se veía venir desde el comienzo de la obra, las vicisitudes por las que está pasando la misma y que el diario INFORMACIÓN con acertado criterio la haya bautizado como el «Observatorio fantasma».

Cuando se echa a andar la construcción de un edificio con el único objetivo de gastar estúpidamente dinero de una subvención, porque se dispone de la misma sin aplicar un mínimo sentido común por parte de los políticos que gestiona el dinero público, no cabe esperar mejor resultado que el que está teniendo el observatorio fantasma.

Ejemplos de este tipo de actuaciones los hay a cientos en toda España, sin ir más lejos, ahí está el Auditorio de Puerto Lumbreras que ha costado el puesto al presidente de la Comunidad Murciana.

Este tipo de obras comienza su proceso, tratando de satisfacer una necesidad, la mayor parte de las veces inventadas o sencillamente sobredimensionadas en sus planteamientos. Después se acude a un arquitecto, que suele realizar un proyecto igualmente sobredimensionado, escasamente funcional, costoso y cuyo único fin es buscar un lugar en alguna revista de arquitectura, sin pararse mínimamente a considerar el presupuesto realmente disponible. Al falsificarse los presupuestos, que superan los dineros disponibles, con el único fin de comenzar la construcción de la obra y luego Dios proveerá, comienzan los problemas cuando la empresa constructora que se presta inicialmente al perverso juego de las licitaciones a la baja confiando que después se añadirán los dineros necesarios, se encuentra en épocas de vacas flacas, que estos dineros no se añaden y Dios no los provee como se esperaba, y ya tenemos liado el conflicto que hace chirriar todo el proceso.

Basta aproximarse a la inconclusa obra que nos ocupa y ver el derroche de materiales y espacios, sin contención proyectual y sin sentido alguno, salvo el tratar de ofrecernos, como diría un buen amigo mío, una golosina visual en un hipotético, masivo y tosco alarde estructural, que trata de albergar unos habitáculos ridículos, para comprender que cualquier ciudadano con dos dedos de frente, si hubiese podido, se habría negado a pagar semejantes derroches con el dinero público.

El observatorio del medio ambiente, si realmente es necesario e imprescindible (aunque dado que, tal y como se está desarrollando, no parece que lo sea), podría dirigirlo y mantenerlo la Universidad de Alicante a través de su Instituto Interuniversitario de Geografía, como expertos en el tema, a un coste infinitamente menor.

Lo que resulta patético e impresentable, es que estos procesos se repitan sistemáticamente una vez y otra, sin que nuestros políticos aprendan de una vez que, siendo responsables de nuestro dinero, tienen que actuar con sensatez y sentido común, haciendo lo que debe hacerse sin salirse del tiesto de los presupuestos disponibles y con técnicos que los manejen igualmente con idéntica sensatez y sentido común.