Si consideramos la constancia como un valor, en qué lugar queda su contrario. Las nuevas tecnologías están consiguiendo, sin perseguirlo, que la constancia tenga más valor que nunca en la historia de la humanidad. Hemos aprendido a ser constantes en el uso del móvil, el ordenador, Internet y las redes sociales hasta el punto de que no hacemos otra cosa. Que mayor constancia se puede pedir. Lo perverso del asunto es el efecto rebote.

Ahora centrar la atención significa estar enredado en tres o cuatro cosas al mismo tiempo, algo que un humano normal es incapaz de procesar. La llamada generación zapping es capaz de estar oyendo música y al mismo tiempo estar jugando a un video juego, interactuando en las redes sociales y comiendo palomitas, todo un absurdo, porque serán incapaces de saber qué canción está sonando, pasar de nivel en el juego, interiorizar lo que están diciendo en las redes y, por supuesto, saborear las palomitas.

Hacer zapping comenzó con la televisión, pero se ha extendido a otras actividades de la vida cotidiana, es más, se ha propagado como un reguero de pólvora y zapeamos sin piedad hasta quedarnos sin nada que hacer. Saltamos de una actividad a otra sin ser conscientes de la que acabamos de abandonar, de la que estamos en ese mismo instante y de la que abordamos a continuación, y así sucesivamente.

La gran dispersión atencional que impera se ceba con una de las emociones más inconsistentes y despreciables, el aburrimiento. Comienza a ser una constante en los más jóvenes apelar a la archiconocida frase «me aburro» y buscar desesperadamente algo que los saque de esa especie de burbuja insoportable que los tiene desmotivados y hastiados. Cada cinco minutos están cambiando de actividad porque los estímulos van saltando como pulgas y quieren atraparlas todas.

Los adultos también estamos en manos de esa inconsistencia perniciosa. Pasamos de una pantalla a otra como si el tiempo corriera en nuestra contra. Ya no leemos, ahora escudriñamos las frases para avanzar más rápidamente y llegar a la anhelada conclusión a toda velocidad, o simplemente saltamos de unos textos a otros como si nos faltara la vida, quedándose el contenido por el camino.

Al final la consistencia de ser perfectos «geeks» se apodera de muchos de nosotros convirtiéndonos en auténticos frikis, hasta el punto de que nos creemos todopoderosos cuando estamos abrazados a cualquier cosa que tecnológicamente nos pasee por mundos virtuales. Los amantes de las tecnologías crecen exponencialmente y su inconstancia ante la vida también.