Viaje en ferrocarril desde Valencia a Alcoy. Corre un lejanísimo mes de diciembre, hace un frío de mil demonios y el cielo luce un amenazante color gris panza de burro. Se pone a nevar cuando faltan unos kilómetros para Ontinyent, llega una cuesta arriba y el tren no puede subirla por falta de potencia. El revisor nos plantea dos alternativas y ninguna es buena: regresar a la estación de Xàtiva y esperar a que escampe o bajarnos del convoy y buscarnos la vida. Por impaciencia o por mera estupidez, una veintena de heroicos pasajeros nos decantamos por la segunda opción, cogemos nuestras maletas y bajo una intensa nevada llegamos cruzando campos embarrados a una carretera comarcal en la que hacemos autoestop. Formamos una cuadrilla patética de tipos empapados temblando de frío en medio de la nada más desoladora. La solidaridad humana evita que muramos todos de hipotermia y tras poco más de media hora, el grupo de dolientes viajeros ha sido recogido por los coches de vecinos voluntariosos o por camionetas de reparto, que nos dejan en un bar de Albaida en donde entramos en calor a base de copazos de Soberano, a la espera de que algún familiar venga a rescatarnos de aquella pesadilla ferroviaria.

Si se hace una encuesta rápida entre los habitantes de l'Alcoià, de El Comtat o de la Vall d'Albaida se comprobará de inmediato que casi todos tienen alguna aventura parecida relacionada con el tren Alcoy-Xàtiva. Tengo una amiga que sobrevivió ilesa a un descarrilamiento, aunque acabó muy cabreada porque en el incidente se le rompió en pedazos el doble álbum blanco de los Beatles que le quería regalar a su novio. Hay tipos que han hecho parte del viaje acojonados entre llamas, al cruzar el ferrocarril algún que otro incendio forestal descontrolado. Conozco parejas que han acabado casándose tras establecer una sólida amistad en un idílico bancal de olivos, mientras esperaban durante horas un autobús de Renfe que viniera a recogerlos tras una avería. Aunque no hay estadísticas fiables, cuenta la leyenda que las carreras para hacer transbordo en la estación de Xàtiva han dejado un notable rastro de esguinces, pinzamientos y otros desastres musculares entre unos pasajeros que no están entrenados para correr a ritmo de sprint cargados con diez kilos de maletas.

Con este traumático pasado a nuestras espaldas, no es extraño que los habitantes de las industriosas comarcas centrales valencianas nos sintamos muy próximos a los extremeños, cuando vemos en las primeras páginas de los periódicos de estos días las fotografías de centenares de personas abandonadas en un descampado por un tren del año de la polka, que ha decidido que ya no puede más. Como los sufridos compatriotas de Extremadura, nosotros también hemos montado varias protestas multitudinarias sin recibir de las autoridades más que unos vagos compromisos de modernizar la línea. Como las buenas gentes extremeñas, los vecinos de este apartado rincón de la Comunitat Valenciana hemos llegado a la conclusión de que el concepto ferrocarril es sinónimo de desastre.

Como la nobleza obliga, hay que señalar que por algún extraño milagro de la ingeniería la línea Alcoy-Xàtiva lleva varios años sin incidentes graves; eso sí, las cuestiones de la velocidad siguen sin resolverse y en estos momentos se tarda algo más de dos horas en hacer el viaje entre la capital de l'Alcoià y Valencia, casi el doble de tiempo que se emplea en viajar a Londres en avión desde la capital del Turia. Valga como ejemplo el hecho de que hace unos años un ciclista aguerrido le echó una carrera al tren haciendo su mismo recorrido en el tramo entre Alcoy y Xàtiva y acabó ganándola sin desmelenarse demasiado.

A diferencia de los desastres ferroviarios de la línea Alcoy-Xàtiva, que nunca han trascendido fuera de las fronteras locales, las cagadas ferroviarias de Extremadura han sido noticia nacional. Los periódicos de postín se han llenado de reportajes sesudos, en los que el escandalizado autor se preguntaba por qué un país se ha gastado miles de millones en tramos de AVE absolutamente inútiles, mientras dejaba que los servicios de cercanías se hundieran en el tercermundismo. Es exactamente la misma pregunta que llevamos haciéndonos los habitantes de estas comarcas valencianas desde hace décadas. Nadie nos ha dado ninguna respuesta convincente. Esperamos que nuestros compañeros extremeños de fatigas tengan más suerte. De momento, les recomendamos mucha paciencia.