¿Vox qué?, me interroga un amigo. Le respondo que soy partidario de posiciones de centro político que no nos escoren a los españoles hacia posiciones extremas. Y le cuento la anécdota de cierta frase que atribuyen a Churchill durante la Guerra Civil española ante la sugerencia de una intervención exterior para ponerle término a la misma, «que se cuezan entre ellos». Mi amigo no insiste.

Si es cierto lo que sus contrarios atribuyen a Vox, que quiere acabar con las comunidades autónomas y retornar al centralismo franquista con todas sus secuelas, que no está por la igualdad y protección de la mujer y que es un partido xenófobo, la respuesta, por obvia, no merecería la pena ni expresarla.

Yo me he movido en cuanto a mis ideas políticas en lo que se sigue llamando en España «la derecha», y con un sentido peyorativo, por una parte, de la denominada extrema izquierda, derechona, fascista, autoritaria y cercenadora de los derechos y libertades ciudadanas.

Si yo me tuviera que quedar con el diagnóstico de esa izquierda que acabo de expresar, indudablemente no querría formar parte de esa derecha ultramontana, porque para quien suscribe los principios de libertad y de igualdad ante la ley son los pilares básicos de la convivencia.

La evolución de las personas desde los posicionamientos en los que, por las circunstancias de su vida, ha mantenido en su edad adulta, puede ser radicalmente diversa. No me interesan los cambios que en realidad no son tales, porque o bien se partía de convencionalismos superficiales o han obedecido a criterios de oportunidad fruto del egoísmo o de la mendacidad. Me interesan y respeto cualquier otro cambio en el modo de ver las cosas, pues es lógico que así ocurra y qué duda cabe que es un derecho irrenunciable.

En relación con lo anterior me gusta recordar la frase de Noel Clarasó, «en caso de duda, sé tolerante». Porque la tolerancia te hace comprender que nadie está en posesión de la verdad, que en mayor o menor medida el otro puede tener razón. Y trasladado esto al plano político tiene para mí el significado, la pretensión y la defensa, como adelantaba al comienzo de este escrito, de las posiciones de centro, no como conjunto de ideas, sino en el sentido tantas veces rememorado de que en el término medio está la virtud.

Hace décadas que se descartaron los férreos encasillamientos ideológicos. Diríase que casi a la fuerza hemos de nutrirnos de diversas fuentes. Y, sin embargo, todavía, hay quienes los quisieran resucitar.

Dependerá de toda la ciudadanía que lo consigan o no. Tenemos que evitar dejarnos arrastrar por dialécticas de enfrentamiento estéril y a medio o largo plazo de mal agüero. Porque los tiempos llegan, para bien y para mal, y cuando lo es para mal qué mal rollo da comprobar que no hicimos nada para impedir que aquellos polvos que vimos se convirtieran en los lodazales que después sufrimos.

Que no me gustan los extremismos ni los radicalismos excluyentes creo que ha quedado bastante claro. Por ello no estoy dispuesto a admitir que los postulados de algunos, los de nadie, supongan un menoscabo de los derechos, de los deberes y de las libertades que nuestras leyes, empezando por la Constitución nos otorgan.

Los derechos y las libertades de que gozamos están por encima de los vaivenes políticos. Ello supone que quien gobierne en un momento podrá marcar el rumbo de navegación, pero sin salirse del mar en el que todos decidimos navegar. Es esta una premisa sin la cual no podríamos estar tranquilos quienes creemos en unas reglas de juego limpias.

Y aquí tenemos un problema muy grave, pues al parecer hay quienes no pueden sustraerse al engaño, a la actuación de mala fe. Hay que estar atentos: lo que algunos votos esconden es inconfesable.