Las informaciones previas y posteriores a las fiestas de Navidad constituyen desde hace años una prolongación de datos del Instituto Nacional de Estadística. Lo que nos vamos a gastar en la cena de Nochebuena y en la fiesta de Año Nuevo; lo que nos cuesta la ristra de regalos de Papá Noel y Reyes Magos; lo que «invertimos» en lotería. Invertimos. Curioso eufemismo para cargarnos de argumentos cuando se trata de tentar a la suerte. Cada vez que los medios de comunicación difundimos una noticia de ese cariz se genera una sensación de derroche y despilfarro que nos impregna de una suerte de irresponsabilidad disfrazada de buenos deseos y despensas bien surtidas. Seiscientos euros de gastos por habitante, 70 en lotería, cien en regalos, otro tanto en la cena de Nochevieja. Guarismos que nos trasladan una idea de falsa crisis en las familias y de abundancia en la res doméstica.
Espejismos. El dato que a menudo pasa desapercibido y que justifica todo lo anterior tiene que ver con la capacidad de ahorro de las familias y su perseverancia en devolver sus deudas. Descansa el que paga, dice el dicho. Desde 2008, el año más aterrador de la crisis económica para las pequeñas economías, los alicantinos han reducido en algo menos de 15.000 millones de euros su pufo con los bancos. Puede que en muchos hogares no falte la gamba roja en la comida de Navidad, pero en este país tenemos la costumbre de devolver lo que se presta. Tememos demasiado a la amenaza de embargo y al riesgo de desahucio.
La banca no perdona. Va siendo hora de que los gobiernos empleen la vía expeditiva e inculquen a las entidades financieras las tradiciones que con tanto empeño han acabado calando en la ciudadanía. Causa bochorno saber que los bancos de otros países rescatados por los respectivos estados han devuelto el dinero que les evitó la quiebra. No en España. La banca de aquí, tan vehemente cuando se te pasa el plazo de reingresar el crédito de la tarjeta, debe tomar idéntico camino al de sus clientes. Que pague y descanse.
