En el pináculo del discurso de toma de posesión de Jair Bolsonaro, el flamante presidente de Brasil, resuena la frase que resume su ideario: «Brasil por encima de todo y Dios por encima de todos». Siguiendo la estela de Trump y otros dirigentes, con Bolsonaro Dios ha entrado en la escena política de la mano de la extrema derecha y del radicalismo mesiánico.

Este exmilitar ultraderechista, que exige el máximo respeto a la tradición judeo-cristiana y al que acompañan 180 diputados procedentes de diferentes iglesias evangélicas de Brasil, se pone «al frente de la nación para servir a la patria y a Dios». Su ministro de Exteriores, Ernesto Araujo, que pasa por ser el ideólogo del régimen, lo dice con bíblica solemnidad: «Dios ha vuelto y la Nación ha vuelto; una Nación con Dios; Dios a través de la Nación (que actúa en la Historia a través de su Presidente)». Poco después de su victoria, Bolsonaro habla por Facebook con un pastor evangélico, al que agradece su apoyo (se estima que el sector de la población de Brasil que forma parte de la red de iglesias evangelistas está en torno al 20%), reafirmándose en que está destinado a cumplir «una misión de Dios».

Poco hay que decir que no se sepa sobre las consecuencias devastadoras de la alianza discursiva entre Dios y el nacionalismo. Allá donde se produce este ensamblaje, allá donde se usa el nombre de Dios para legitimar el despotismo, la persecución, la división entre buenos y malos, como en la dictadura franquista o en las dictaduras que padecieron brasileños y argentinos (cabe recordar que los generales golpistas eran de comunión diaria, mientras se torturaba a disidentes, se les arrojaba al mar desde aviones en la noche, se secuestraba a niños) se cometen las mayores atrocidades. Por otra parte, la obscena pretensión de uno cualquiera, en este caso Bolsonaro, de creerse instrumento de Dios deja en muy mal lugar a Dios, pues lo refiere como un Dios intransigente, homófobo, machista, un Dios rudimentariamente abrahánico que avala el odio al diferente, cuando se supone que Dios es ante todo amor.

La entrada de Dios en la pelea política tiene mucho que ver con el auge de las iglesias evangélicas en Latinoamérica. Hace años que están ganando la partida al catolicismo en el continente americano, aunque en muchos aspectos, especialmente en la lucha encarnizada contra el aborto, los matrimonios heteros o a lo que llaman «ideología de género» (etiqueta inventada por los católicos) ambas iglesias van de la mano. Se calcula que cien millones de personas en Latinoamérica son creyentes pertenecientes a las 19.000 iglesias evangélicas (o neopentecostales), con grandes mayorías en algunos países centroamericanos.

Tradicionalmente, los evangélicos se mantuvieron al margen de la política, pero hacia finales del siglo pasado cambiaron de estrategia y pasaron a la acción, mediante la creación de partidos políticos propios o el apoyo a candidatos «investidos de temor a Dios». Tal estrategia ha tenido notable éxito y hoy día, siguiendo el ejemplo y el consejo de los pastores evangélicos de los EE UU, sobresalen numerosos pastores en las bancadas parlamentarias y entre los ministros y asesores de los gobiernos.

De hecho, aprovechando la crisis de representación de las democracias, están transformando la política latinoamericana, donde apoyan las causas más reaccionarias y conservadoras. Para ellos, la biblia está por encima de todo, de la constitución y de las leyes; establecen un vínculo directo entre la comunión con Dios y el bienestar material, de manera que como ya dijera Max Weber en «La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo», para ellos el éxito material de una persona es un signo de que ha sido elegido por Dios; son defensores acérrimos del capitalismo y la libertad de empresa; se financian a partir de la convicción-contribución de los fieles (aunque no rehúyen las subvenciones del Estado); se valen de una gran despliegue mediático en medios y redes; reclaman instituciones que «vigilen la enseñanza moral en las escuelas» y pretenden eliminar a las ONG que luchan por los derechos civiles. En algunos aspectos, es una praxis no muy diferente del islamismo integrista.

El aporte de estas iglesias a los sectores conservadores, que antes recibían votos de las clases altas, es indudable, pues ahora reciben votos transversales y de las clases populares. De su mano, el nombre de Dios entra en la pelea política en el bando del ultranacionalismo de la ultra derecha. Cuidado.