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Profesor universitario de Administración y Dirección de Empresas

Más preguntas y menos respuestas

Cuando enseñaba Políticas Estratégicas de Empresa recuerdo algunas intervenciones de algunos alumnos que reflejan los nuevos tiempos en los que vivimos. Les enseñaba las diferentes formas de dirigir una empresa. La filosofía del directivo empresarial. Y casi, repetidamente cada año, había algún alumno que alzaba la mano para preguntar cuál de las teorías de empresa era la mejor para mí, como profesor. Esa pregunta tan naif, y tan poco universitaria, refleja muy bien el tiempo en el que vivimos. Ante el esfuerzo de pedirle a tu interlocutor que reflexione sobre cuál es la mejor para él, y para cada tiempo, la respuesta es preguntarte que pienses por ellos, y les digas cuál han de seguir.

Por ejemplo, en la Biblia, el Jesús al que seguimos, es más preguntón que mandón. De continuo, en el Nuevo Testamento, se interroga al personal sobre un acto concreto, o sobre «¿quién dice la gente que soy yo?». A diferencia del Antiguo Testamento donde hay más órdenes que proposiciones. Y esa tabla de preguntas, y de cuestionamientos, es la que forja la fe. Una fe cimentada en más respuestas que preguntas es una fe impositiva, no propositiva. A la vez, una fe que no se pregunta en cada caso, y en cada realidad humana, las circunstancias de los hechos y de los porqués, es una hueca variedad de secta.

Por eso estos tiempos de la política son tan apasionantes y tan inciertos. Como la vida misma. A la propia sinrazón de buscar soluciones fáciles a problemas complejos, se anidan los salvapatrias y los extremos. Que son los mismos. Siempre he tenido un franco repudio por todas esos que ven fácil arreglar las desigualdades sociales, fácil arreglar el trabajo digno, fácil arreglar la delincuencia y fácil arreglar los crímenes contra las mujeres. Todos esos con respuestas fáciles casi nunca se hacen las preguntas de rigor para saber por qué hemos llegado a este extremo. Y por eso sus respuestas, sus soluciones, son inequívocamente fáciles y falaces.

Se trataría de imponer un modelo de sociedad donde unos mandan sobre otros con cierto autoritarismo y presunta solvencia que hace atractivo el señuelo del voto. Armados de ejemplos que ocurren continuamente en la sociedad, solo recogen el malestar, el encabronamiento de mucha gente, para dibujarles en la nueva fe, en el nuevo mantra.

Se antoja imposible ir a misa, por citar algún ejemplo práctico, y mientras le pides a Jesús paz y bienestar para todos, emplazas a que expulsen a los inmigrantes, o que solo se ofrezca comida en nuestros servicios sociales a los españoles. Ese pensamiento anticristiano solo puede ser perseguido. Y no se persigue maltratando a los votantes, sino a las ideas que representan. Porque una sociedad que es capaz de contestar al reto migratorio con respuestas fáciles, tiene en la antesala un pequeño fascista.

En la sociedad kleenex en la que vivimos, en la comunidad del pensamiento líquido, en la tribu de las noticias falsas y de las respuestas fáciles, nuevas respuestas han de ser evacuadas por las alcantarillas de la democracia. Se han colado algunas ratas maltratando los cimientos de una siempre frágil democracia, que se defiende con decencia ante hechos, y dichos, muy deplorables. Una buena pedagogía y educación, y continua, es necesaria para hacerle ver a la gente que si quiere respuestas sin antes hacerse las preguntas lo normal es que venga un militar, o un dictadorzuelo al uso, a dártelas.

Cuando escuché el otro día a un nuevo presidente americano hablar de «primero la patria, y primero Dios», me refugié en mi primigenio catecismo. Allá donde decía «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Todos aquellos que anteponen la ley, el orden y el rigor a la entrega humana siempre buscan la discriminación.

Si nos preguntamos porque han llegado los extremos, desde la derecha hasta la izquierda, siempre llegamos a la misma conclusión: Hemos dejado nuestro destino al derribo de los que mandan. Y en democracia el ejercicio de mandar y de cambiar es de todos y cada uno de nosotros. Por eso, ponerse de perfil y no criticar a estos nuevos vende mantas de ideas fáciles para problemas complejos no es sino la verdadera quiebra de nuestra sociedad democrática abierta y plural. No te dejes embaucar. La enfermedad del extremismo es mala.

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