La última celebración popular de la Vinguda de la Mare de Déu (como ocurre en el Misteri y en otras manifestaciones festivas) ha vuelto a proporcionar una cantidad ingente de producciones audiovisuales para el consumo particular. Cada vez se ven más teléfonos en alto, o yo, al menos, he estado más atento a este fenómeno que no es totalmente nuevo. Todos en algún momento sacamos el móvil -yo mismo- y grabamos algo -la carrera de Cantó cuando va a cruzar ante nuestra vista, el bando entusiasta del anuncio de la aparición mariana- para compartirlo con personas que no están junto a nosotros en ese momento especial o para intentar conservarlo no sólo entre nuestros recuerdos humanos sino también en nuestra memoria digital.

A veces no basta con certificar el evento con nuestra autoría, hay que demostrar que se está donde la moda social -da igual que se transmita de boca a oreja, o a través de pantalla a pantalla- indica que se debe estar. El selfi estático ya no es nada comparable con un video autograbado, aunque la soledad que deja en evidencia sea la misma. Hemos pasado de la comodidad fotográfica que proporcionan los teléfonos móviles a la versatilidad de los videos, que podemos editar a nuestro gusto desde cualquier dispositivo electrónico con conexión a internet para que sean universalmente conocidos. Esta falsa disposición de medios al alcance de cualquiera ha cambiado nuestra posición frente a la pantalla. Fuimos espectadores, éramos fotógrafos y ahora somos filmadores (aunque algunos se confundan con cineastas).

No quiero decir con esto que estas filmaciones no sean importantes. De alguna manera, levantan acta del momento concreto de una celebración, se convierten desde ese mismo momento en un testimonio fiel. Una determinada filmación puede mostrar elementos que expliquen en un futuro cómo se celebraba en 2018, por ejemplo, la Vinguda. Eso mismo hacían los filmadores de las casas cinematográficas cuando el invento de los Lumière creció en expectativas, esa importancia de la imagen filmada se les inculcó a los cineastas amateurs que pudieron disponer de equipos para filmar la realidad que les envolvía, que les concernía. Aquí, en Elche, con los trabajos de Antonio Segarra Rodríguez, que filmó en 1928 «Elche y sus palmeras» y en 1931 «La República», películas que se estarán pudriendo en el depósito del Archivo Municipal, o Gabriel Ruiz Magro o Julián Fernández Parreño, Monferval, que eran conscientes de que el cine se había convertido en la herramienta que ha construido el imaginario artístico del siglo XX, el arte que mejor ha representado la sociedad en la cual vivimos

La importancia de dejar constancia a través de las imágenes en movimiento estaba plenamente asentada a mediados del siglo XX, cuando se decide filmar la restauración de las fiestas de la Vinguda de la Mare de Déu en 1940, en las que se escenificó la llegada por el mar de la nueva imagen tallada de la Patrona tras la pérdida de la anterior en el incendio de Santa María en 1936. Aparte de dotar con cariz milagroso «de nuevo» la aparición de la Virgen, la leyenda debía perpetuarse a través de una película que dejara constancia documental de la verosimilitud de esos hechos excepcionales. Era importante para la memoria del pueblo documentarlos con los nuevos sistemas de registro, era necesario filmar a Cantó.

La película se estrenó en el Gran Teatro en mayo de 1941 pero pronto se borró su rastro, unas imágenes perdidas, como tantas otras, si es que alguien no conserva todavía las bobinas en su casa, posiblemente recuperables, si decidiera, hoy por hoy, dar el paso de conservarlas como es debido.

Esta decisión, que sabemos difícil porque muchas veces se trata de un material con un indudable vínculo sentimental, haría un gran favor a la memoria común de Elche, a la vez que mantendría vivo el vínculo familiar. Es necesaria una concienciación ciudadana para recuperar aquellos documentos sobre nuestras fiestas y nuestros paisajes, las películas que no se recuerda que se tienen guardadas. De acuerdo a la importancia de los documentos audiovisuales en cualquier ámbito de la investigación rigurosa en el siglo XXI, es importante disponer de un archivo sobre Elche formado tanto por imágenes documentales o historias de ficción, de largometraje o cortometraje, en apoyos profesionales de 16 y 35 mm como filmaciones que reflejan la vida cotidiana, cortas generalmente, en apoyos amateurs de 8, Súper 8 y 9,5 mm.

Contamos para ello con la Filmoteca de CulturArts IVAC y su campaña para la recuperación del patrimonio audiovisual valenciano, que ha rescatado miles de horas de imágenes en movimiento procedentes de filmaciones domésticas, sin que los propietarios pierdan los derechos sobre su legado, protegiendo el material en las condiciones atmosféricas oportunas, pero permitiendo que aumente su valor al restaurarlo.

De nada nos sirve a los ilicitanos tener ese patrimonio en casa si nosotros mismos no aseguramos la protección, si no podemos transmitir el conocimiento que da la catalogación, la identificación, la restauración y la difusión de los materiales que conforman el valioso archivo audiovisual de Elche, entre las que probablemente habrá algún Cantó inédito.