Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Juan R. Gil

Carbón

Los Reyes Magos le han traído carbón a los partidos del Botànic, pero también al PP, en forma de una encuesta del CIS envenenada que, de cumplirse, tumbaría el tablero político de la Comunitat sin que para tal vuelco fuera necesario siquiera que la patada la pegara Vox. El CIS, que se equivoca más que una escopeta de feria, pronostica un tsunami que puede o no producirse. Pero que los movimientos telúricos que siempre preceden a ese fenómeno y lo catalizan ya han ocurrido, eso es algo difícil de discutir.

De acuerdo con la encuesta dada a conocer ayer, y por lo que toca a la Comunitat Valenciana, Ciudadanos pasaría a ser la primera fuerza política, desplazando al PP de ese puesto que ha ocupado contra viento, marea, corrupción y detenciones desde 1993. El PSPV caería a la cuarta posición, por detrás de los dos anteriores y de su socio de gobierno, Compromís, que también bajaría incluso sumándole las papeletas de Podemos y EU. Vox alcanza un 3,9% de los votos, escalando desde el insignificante 0,23 que obtuvo la última vez que se pusieron urnas en esta comunidad. Es cierto que el sondeo del CIS se refiere a lo que sucedería en unas elecciones generales, no en unas autonómicas, pero en resumen lo que el laboratorio que preside el exdirigente del PSOE José Félix Tezanos indica es que la derecha se recompone bajo una combinación nueva de elementos, en la que el PP ya no es el partido dominante, mientras la izquierda que forma gobierno o lo apoya se descompone. ¿Es así?

Veamos: lo que el CIS dice en su encuesta de la situación política en la Comunitat Valenciana no dista mucho, en cuanto a la dinámica de bloques izquierda/derecha, de lo que realmente pasó en las elecciones generales de 2016, en las que la suma del PP y Cs registró más votos que la del PSPV, Compromís y Podemos. En esas elecciones, el primer partido fue el PP, que obtuvo un 35,49% de los sufragios, diez puntos más que la alianza electoral que formaron para aquella ocasión Compromís, Podemos y EU, que quedó segunda. El PSOE se situó en tercer lugar, más de 15 puntos por debajo del PP y a casi 5 de los de Oltra, Iglesias y Garzón. Y el último clasificado fue Ciudadanos, que cosechó casi el 15% de las papeletas. En las elecciones autonómicas de 2015, celebradas apenas trece meses antes en medio de una monumental escandalera por los casos de corrupción que afectaban a los principales gobernantes populares y después de una legislatura en la que por primera vez se había visto la dimisión de un presidente de la Generalitat, Francisco Camps; en esas elecciones y pese a esas condiciones, recuerdo, el PP también fue el partido más votado. Ocurrió que el PSPV fue entonces segundo y la suma de las papeletas de la izquierda superó holgadamente (49,7 frente a 38,56) a las de la derecha, lo que propició la mudanza en el Palau, que volvió a tener un inquilino socialista dos décadas después de que Zaplana le arrebatara el poder a Lerma. Pero, como decía, esa diferencia de bloques a favor de la izquierda ya cambió solo un año después, en las elecciones generales de 2016, en las que la suma de PP y Cs superó el 50% de los votos, mientras que Compromís, Podemos y EU, por un lado, y el PSPV-PSOE, por el otro, se quedaron cuatro puntos por debajo.

Perdonen la tabarra, pero tantos números solo pretenden señalar que, en definitiva, la derecha se puso por delante de la izquierda en esta Comunitat casi inmediatamente después de que la izquierda la desalojara del mando. Esa realidad no se asentó como percepción en la opinión pública por lo que a continuación pasó: la sentencia de Gürtel, la moción de censura y el nuevo gobierno de Pedro Sánchez, que pareció en sus inicios el bálsamo de Fierabrás, que todos los males curaba. Pero el error del secretario general del PSOE (tantas veces señalado) fue no convocar elecciones en un plazo razonable, sino encastillarse en la Moncloa, haciendo que día tras día «el efecto Sánchez» se fuera convirtiendo en «el defecto Sánchez». ¿Recuerdan lo bien que cayó, el gobierno que se nombró, el primero conformado por más mujeres que hombres, uno de los de mayor preparación por lo que toca a cada uno de sus integrantes y de menor media de edad de todos los que hemos tenido desde la recuperación de la Democracia? ¿Qué queda hoy de aquello? ¿Alguien sabe algo de ministros como Pedro Duque o Margarita Robles? ¿Alguien entiende nada de lo que dice Carmen Calvo? ¿Alguien cree que Borrell está cómodo? ¿Alguien considera a este Ejecutivo, una vez testado, más sólido que lo que parecía cuando tomó posesión? ¿A alguien le ilusiona más hoy que ayer este gobierno, en el que hasta Ábalos empieza a hacer novillos?

De la encuesta del CIS pueden, por tanto, llamar la atención las asignaciones que hace. Que Cs pase en la Comunitat Valenciana de cuarto partido a primero, lo que elevaría el dontancredismo a doctrina política de primer rango y pingües, aunque inmerecidos, beneficios. O que presuponga que Vox, que está en todas las conversaciones, no alcanzaría, si los comicios fueran autonómicos, el 5% necesario para obtener diputados en las Cortes. Sería una buena noticia que el próximo gobierno autonómico no dependiera de ninguna manera de los votos de la ultraderecha, pero lo cierto es que el CIS ya ha demostrado que sus análisis tienden a errar por minusvalorar el crecimiento del populismo. Lo que no sorprende es la distribución por bloques que contempla, en la que la derecha está por delante de la izquierda, porque, repito, eso es algo que ya pasó.

La cuestión es que, aunque la encuesta se refiere a unas elecciones generales, las tendencias que refleja pueden trasladarse a unas autonómicas. Ximo Puig es probablemente el presidente menos sectario y más dialogante de cuantos ha tenido la Generalitat y Mónica Oltra ha demostrado una mesura en la vicepresidencia que muchos no esperaban de ella cuando estaba en la oposición. Sin embargo, eso no se ha trasladado en todos los casos a la acción del Consell, alterada por las imposiciones de una de las fuerzas que lo han integrado -el Bloc y, especialmente, ese conseller con alma de destroyer llamado Marzà-, imposiciones que, como ya se ha escrito aquí, han llevado demasiadas veces a la izquierda a traicionarse poniendo la identidad por encima de la necesidad, el territorio por encima de las personas.

Errores como ese van a pesar en las próximas elecciones autonómicas. Unas elecciones que, en realidad, no van a ser autonómicas, aunque lo que se elija sea el Parlamento valenciano. En el estado en que se encuentra la política en este país, en el que cada convocatoria a las urnas es un escalón más hacia esas generales que Sánchez se ha empecinado en no convocar, las autonómicas del 26 de mayo van a ser unas elecciones nacionales y los motores del voto no van a ser, para desgracia de todos, las cuestiones de aquí (salvo las referidas al nacionalismo, como ya he dicho, la puerta por donde se colará el conflicto catalán) sino las de Madrid. Hay quien sostiene que Ximo Puig habría acertado si hubiera anticipado los comicios en la Comunitat, colocándolos por delante incluso de los de Andalucía. Puede ser que sí. Como también podría haber ocurrido que hubiera sido él, en vez de Susana Díaz, el primero en caer. Tal como están las cosas, lo peor ahora que le puede pasar es que Sánchez se decida por el «superdomingo» y haga coincidir las elecciones nacionales, con las autonómicas, municipales y europeas. Lo que en algún momento pudo verse como una ventaja, hoy está claro que sería perjudicial para un Ximo Puig al que le va a costar dios y ayuda rentabilizar su talante socialdemócrata en un momento en que la socialdemocracia anda pinzada por los extremos y sin un proyecto claro que responda a los grandes desafíos a los que la ciudadanía se enfrenta y en el que la polarización es extrema.

Pero, entonces, ¿está todo ultimado o queda partido aún por jugar? Claro que queda partido. En política nada está completamente decidido hasta que las cosas ocurren, que se lo digan a Rajoy, convertido en registrador cuando acababa de aprobar presupuestos, o a Díaz, que convocó elecciones con unas encuestas ganadoras y acabó entrando en la historia por perder un gobierno sostenido durante cuarenta años. Pero el caso es que hemos pasado de dar por seguro un segundo mandato de Puig a especular con que Toni Cantó (repito: Toni Cantó, no Isabel Bonig, según el CIS) pueda ser presidente de la Generalitat. Por nadie que pase.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats