ara de póker. Sólo dos veces se ha visto a Susana Díaz sin su sempiterna sonrisa. La primera de ellas fue la noche en que perdió las primarias socialistas frente a un casi desconocido Pedro Sánchez y la segunda, hace menos de un mes, cuando tras perder 400.000 votos respecto a las últimas elecciones autonómicas hizo unas primeras declaraciones reconociendo los malos resultados de su partido. Demasiado pendiente de los consejos que la llegaban de fuera olvidó centrarse en lo que era su obligación: el desarrollo y bienestar de los andaluces. Nunca debió haber sido designada sucesora de la generación de políticos que, una vez conseguido el regreso de la democracia a España, sacó a Andalucía del subdesarrollo al que los latifundistas en colaboración con la Iglesia y el ejército franquista la habían condenado. Su futuro como responsable del socialismo andaluz está más cuestionado que nunca. El escándalo de los ERES se la ha llevado por delante. Aún admitiendo que ningún cargo socialista se quedó con dinero público y que no se repartieron sobresueldos entre los altos cargos socialistas, es decir, que no ha habido ningún Bárcenas andaluz ni tampoco sobres de dinero negro perteneciente a una contabilidad «extracontable», este caso cuya sentencia está al caer significó, como mínimo, un grave descontrol del dinero público; una negligencia que debe tumbar a cualquier Gobierno. Que no mire en dirección a Madrid para buscar culpables a su bajón electoral.

Cara de perro. Sorprende el cambio de Albert Rivera en los últimos meses. De pactar con Pedro Sánchez a convertirlo en su peor enemigo político. Su progresivo escoramiento a la derecha le está reportando beneficios electorales. Es evidente. Pero, ¿dónde está el límite? Esa es la gran pregunta. No se sabe qué piensan de este giro conservador más allá de las cuatro cabezas visibles de Ciudadanos en Madrid. Desde sus primigenias ideas cercanas a la socialdemocracia clásica hasta pactar con la nueva derecha populista de VOX, Ciudadanos continúa con su viaje al centro del poder. Si no lo consigue llegará un momento en que desde las filas ciudadanas se comience a cuestionar el liderazgo de Albert Rivera. Cuando un partido bisagra no entiende su posición y pretende convertirse en partido de Gobierno antes o después ocurren dos cosas: o lo consigue o entra en un proceso de descomposición cuya primera consecuencia es el cambio de líder.

Cara dura. Vaya por delante nuestro sincero deseo de una pronta y duradera recuperación de Eduardo Zaplana de su enfermedad pero ello no debe evitar reflexionar más allá de los titulares. En primer lugar hay que aclarar que el estar enfermo no significa eludir la cárcel, en cualquiera de sus estados, ni dejar de rendir cuentas ante la Justicia. Si eso fuera así cualquier persona con alguna grave enfermedad cometería delitos sabiendo que como mucho tendría que estar confinado en su domicilio. Para eso se inventaron los pabellones médicos en las prisiones: para cuidar en condiciones dignas a enfermos que cometan delitos. Cuando se levante el secreto judicial de la causa habrá sorpresas. Algunas ya las hemos ido conociendo. La Guardia Civil hizo un seguimiento previo a la detención de Zaplana durante meses constatando un nivel de vida y unas actitudes incompatibles con una grave enfermedad. Estando ya en prisión preventiva la jueza detectó conversaciones telefónicas de Zaplana desde el hospital incompatibles con un deseo de colaborar con la Justicia. De ahí la frase entrecomillada de uno de los autos de la jueza: en los paraísos fiscales también hay hospitales. No sentó muy bien al fiscal del caso tener que viajar personalmente a varios países de sudamérica para recabar la información que Zaplana no quiere dar. El expresidente está esperando a que la jueza levante el secreto judicial para saber qué ha podido demostrar y que no. Mientras no colabore con la Justicia seguirá en prisión preventiva. Repito, habrá sorpresas.

Cara al sol. No debe sorprender la aparición de VOX. En realidad la duda es por qué no lo hizo antes. Un sector de los votantes del PP ha sido siempre de tendencia ultraconservadora. Durante un tiempo, este nicho de votantes, entendió que era mejor votar al PP que la izquierda gobernara en España. Además se les identificaba con el franquismo, es decir, todo muy casposo y de color ala de mosca. En cambio ahora, con la aparición de un partido como VOX que domina el marketing, las redes sociales y visten aseados pero sin parecer viejunos, unido a la aparición de medios de comunicación digitales de tendencia neoconservadora, es decir, el tea party español, el antiguo tardofranquismo español se ha modernizado en un Trumpismo a la española. La derecha española va a pactar con VOX siempre que pueda para desalojar del Gobierno de España o de las CC AA a la izquierda. El éxito de VOX viene de que ha sabido dar carta de naturaleza a los instintos más bajos de sus votantes y que no parezcan como lo que son: las mismas ideas que auparon al poder a Hitler o a Franco; echar al mar a los inmigrantes (especialmente a los «moros»), terminar con la políticas estatales de apoyo a la mujer y sus reivindicaciones de igualdad de género (una locas histéricas) y la descentralización estatal (despilfarro separatista) que tantos beneficios han supuesto para España.