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Retiro lo escrito

Año nuevo

En realidad solo hubo un año nuevo, el que no podemos recordar y se ha perdido para siempre, aquel en el que aprendimos a reír y a llorar, el frío y el calor, el hambre y el hartazgo, el miedo y la protección, la luz y la oscuridad. Lo que ha venido más tarde son ligeras (y más bien limitadas) variaciones sobre el mismo tema: el primer día en la escuela, el primer beso, la primera visita al mar infinito, el primer libro o la primera muerte. Quizás se hayan acumulado recuerdos estupendos, quizás tengas años buenos, sin duda no puede discutirse, pero no nunca años nuevos ni, desde luego, años felices porque la felicidad, si es auténtica, dura más en la nostalgia que en la experiencia, porque no es una experiencia, sino un regalo. Los años son una manera ordenada de estafarnos a nosotros mismos.

Pero se sigue avanzando. Incluso el microbio más inmovilista (como usted, como yo) avanza encima de la piel de un planeta a una velocidad de muchos miles de kilómetros por hora. El paisaje continúa siendo hermoso aquí y allá, pero se ha ensombrecido. Cuando sopla el viento ya no se mecen con gracia las ramas del bosque: chascan, te golpean y te lastiman. Las más dolorosas son las de los árboles que tú mismo plantaste y de los que ya ni te acuerdas por qué ni cuando. Como los niños creímos que las tardes del verano eran interminables, un oro rojizo que encendía los sentidos, y como adultos supusimos siempre la inmortalidad como premisa sonriente y gratuita. La tarde comienza a caer, todavía morosamente, pero un día, en plena marcha, se escucha muy cerca una explosión. Alguien ha pisado una mina (un accidente, un corazón roto, un cáncer, la locura) y ya no lo verás nunca. El camino continúa. Las explosiones cada vez menudean más, aunque siempre te sorprenden, y se acercan, sin mucha prisa, sin tomarse pausas.

El tiempo, esa abstracción de la juventud, acaba materializándose en el espacio. Lo que se descubre y confirma cada año es la impresionante exactitud de los pasos que te han conducido, con una puntualidad admirable, al centro de un laberinto vulgar y extraordinario, previsible e incomprensible a la vez, y solo cabe sonreír, digamos, deportivamente. Los énfasis son una vulgaridad que no debe tolerarse. Sin énfasis se descubre que, en efecto, eres cada solitario instante, pero que sin palabras no existe la ficción de la memoria, y sigues mandando mensajes. Hace unas horas la sonda de la Nasa New Horizon mandó el último informe antes de abandonar definitivamente los confines del sistema solar. Fotografió un cometa y toda la información que ha acumulado tardará veinte meses en llegar a la Tierra. Seguirá adelante hasta que termine desintegrándose solitariamente en la oscuridad sideral, ajena a su suerte y a su destino. No tiene otra opción. No es un mal ejemplo.

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