Esto es lo que, tal vez, deseaban los oriolanos de hace veinte lustros; que se agotaran rápidamente los días del calendario de ese año de 1918, en cuyo último cuatrimestre la guadaña de la parca, disfrazada como «la grippe», iba segando la vida de 331 personas, entre las 1.106 que fallecieron en ese año. La inocentada de «la huesuda», buscó para cebarse por esta causa el día 28 de diciembre, arrastrando hasta el otro mundo al último inocente, de nombre Rafael Ferré Nicolau, padre jesuita del Colegio Santo Domingo.

Pero, no sólo los eclesiásticos se vieron afectados por la epidemia, ya que en el mes de diciembre, después de haber predicado en su parroquia de Molins, estando dando gracias arrodillado frente al altar mayor, caía fulminado el sacerdote José Navarro Aparicio. Por otro lado, la muerte no distinguía y, entre los militares el día de Nochebuena dejaba de existir el teniente coronel del Arma de Caballería y tesorero de la Cofradía de Ntra. Sra. de Monserrate, Agustín Caballero Balaguer, el cual había legado todas sus insignias y medallas a la Patrona de Orihuela.

Sin embargo, no todo era luctuoso, puesto que, en los días navideños en el Teatro de la calle Escorrata (Teatro Circo Atanasio Díe, hoy) y en el Salón Novedades, deleitaban al público, respectivamente, el dueto Mari Luis con sus cuplés y pequeñas pieza teatrales, y Rhodresski y el Trío Villar. Y, dentro de la faceta artística, se acogía con agrado la llegada a Orihuela, procedente de Cartagena del fotógrafo Enrique Mercier Rosell, que establecía su estudio, en el mismo lugar que habían tenido su «galería artística» en la Corredera, los oriolanos Ávila Hermanos.

Y en esa veloz carrera hacia el final de año, no quedaban fuera de participar los dedicados a la política, sobre todo aquellos vinculados con nuestro Ayuntamiento, que por entonces presidía Antonio Balaguer Ruiz y contaba como dura oposición al abogado José Martínez Arenas. Entre las últimas gestiones realizadas en este año por el alcalde Balaguer se encontraba el haber logrado en Hacienda, asimilar a la ciudad como capital de provincia a efectos de liberar la Hacienda Municipal del cupo de consumo. También, se estaba planificando el acto de entrega de la Cruz de Beneficencia a los guardias de Seguridad que habían destacado en las labores de auxilio de los damnificados por la Riada de San Andrés, acaecida dos años antes. Y como nota de buena práctica, por primera vez, a la sesión municipal del 27 de diciembre acudieron los 27 concejales que componían Corporación Municipal. En esta sesión, el concejal Ángel Belda Martínez lograba sacar adelante una moción en la que, a partir de entonces, la Plaza de la Soledad pasase a ser rotulada como del « Presidente Wilson», inventor de las Ligas de Naciones, así como que se ampliara, adoquinando, el solar «inútil de la catedral llamado fosal». Sin embargo, el alcalde tuvo peor su suerte y su iniciativa de cambio de la calle Capuchinos por Melquiades Álvarez no llegó a fructificar. Las fiestas navideñas se veían cercanas y arribaban a Orihuela, como era costumbre, los turroneros, y los comercios de ultramarinos ampliaban su oferta culinaria, de igual forma que en los domicilios se terminaba de engordar el pavo para sacrificarlo en esas fechas. Mientras que otros, como el Círculo Jaimista, tal como se hacía eco «El Conquistador» ofrecía el número 48.752 para el sorteo del Gordo de Navidad. Y con mayor perspectiva se estaba organizando la Fiesta de Reyes para el año 1919, pidiendo colaboración a los comercios, sociedades y a «los que aún guardan un poco de caridad cristiana». Y falta hacía de esta última, ya que una vez concluido el Padrón de Pobres, daba como resultado en el casco de la ciudad la existencia de 1.090 familias desheredadas.

Pero no todo era tristeza en estos últimos días del año, ya que se recomendaba para «remojar el pavo y las toñas» el vino de La Mata, cosechado en la finca Las Madrileñas, que Ramón Gil vendía en la calle del Río.

Así, pasaba a la historia y terminaba el año 1918.