Escribir en esta época del año tiene el riesgo de someternos a los balances y a las memorias anuales que rápidamente barre el viento y deshace el tiempo, acabando por desdibujar velozmente los hechos, como cuando miramos el horizonte desde la ventanilla de un avión a través del chorro de gases calientes del motor. Y, sin embargo, el magnetismo de las imágenes cambiantes atrapa nuestra mirada, sin poder dejar de adivinar lo que hay realmente tras esos espejismos que contemplamos.

Algo parecido a lo que ocurre cuando tratamos de echar la mirada hacia atrás y hacer un balance de lo vivido en este año tan vertiginoso, en el que la velocidad de los acontecimientos nos impide, con frecuencia, tener la serenidad necesaria para analizar con tranquilidad lo sucedido. Con mayor motivo cuando muchos de esos acontecimientos exigen de una cierta capacidad de autocrítica por parte de sus protagonistas, una cualidad que parece completamente ausente en estos momentos, allí donde miremos.

Son tantos los ejemplos que tenemos de esa falta de autocrítica que nos cuesta detenernos en uno de ellos, aunque es cierto que nuestros dirigentes políticos nos ofrecen a diario abundantes muestras de esa permanente huida hacia adelante en la que permanecen instalados. Lo resumía muy bien el todavía portavoz de Guanyar en el Ayuntamiento de Alicante, Miguel Ángel Pavón, en una entrevista publicada en este diario tras perder las primarias de EU para las próximas elecciones municipales, cuando afirmaba sin inmutarse que esta formación «no ha aprovechado que» es «una persona de referencia para Alicante», una frase que demuestra con toda su intensidad el daño que el poder político hace en muchas personas a través de una adicción que las aleja por completo de la realidad, incapaces de cualquier autocrítica y de asumir la temporalidad de sus mandatos. Viven envueltas en la magnífica opinión que tienen de sí mismas, sin caer en la cuenta de que el mundo es mucho más que lo que ellos mismos representan y de la actividad política de la que simbióticamente viven. Ni admiten ser juzgados ni son capaces de ver más allá de su solipsismo, hecho a base de pura entropía política. Pavón no ha sido capaz de ejercer nunca la más mínima autocrítica de su labor a lo largo de sus muchos años en la oposición y menos si cabe en el gobierno municipal, de manera que la culpa ha sido siempre de los demás, con una mirada en zigzag como la de los tiburones, hambrienta de encontrar culpables, atraída por la sangre fresca de cualquier herida abierta. Autoconsiderado como una persona de referencia para Alicante, Pavón es incapaz de mirar a su alrededor y preguntarse si las personas de las que se ha rodeado no han sido y son su mayor lastre, algo llamativo para quien tiene tan alta consideración de sí mismo.

Pero aunque es en la política donde encontramos numerosos ejemplos de esa falta de autocrítica, que lleva a numerosos dirigentes a considerarse imprescindibles, creo que tenemos motivos suficientes para mirar a nuestro alrededor, empezando por cada uno de nosotros, empezando por relativizar ese veneno malsano llamado competitividad, que hoy lo impregna todo haciendo avanzar un dañino individualismo, eliminando valores esenciales como la solidaridad, la cooperación, el apoyo, la colaboración o el trabajo conjunto, que han sido básicos para que la humanidad avance.

Posiblemente, muchas de las cosas que hoy en día se consideran importantes carecen del valor que se les da, como el éxito, el poder, la fama, los halagos fáciles e interesados o la acumulación de bienes materiales más allá de vivir con dignidad. Nada comparable con el cariño de quienes nos quieren, con la libertad de saber que avanzamos por los caminos que queremos transitar, con el auténtico lujo de poder disfrutar de la enorme belleza que nos ofrece la naturaleza en sus múltiples formas, de emocionarnos ante las páginas de un libro o escuchando esa música que nos envuelve, con la satisfacción de poder cocinar para los demás o disfrutar de una amistad sin comillas ni adjetivos.

Seguramente, tenemos motivos para pensar si demostramos adecuadamente nuestro cariño a las personas a las que queremos y que verdaderamente nos importan, quienes siempre están a nuestro lado regalándonos su tiempo y su ternura. Si somos capaces de mantener nuestra libertad, con una mirada crítica y traviesa sobre la vida, de tener la conciencia tranquila porque, por encima de todo, tratamos con respeto a las personas que nos rodean.

Naturalmente que no podemos renunciar a nuestra capacidad de emocionarnos ante las cosas estupendas que nos da la vida, de añorar a quienes hemos querido o se han ido, de llorar cuando algo lo merezca, de ilusionarnos como niños y de compartir con nuestros animales de compañía su incondicional entrega, de la misma forma que no debemos prescindir de nuestra capacidad de indignación ante las injusticias, el dolor y el sufrimiento de tantos como combustible para tratar de mejorar esta sociedad tan manifiestamente mejorable.

Sí, definitivamente, tenemos muchos motivos para mirar a nuestro alrededor y ser autocríticos, como forma de mejorar y saborear más nuestra vida, porque, como señala el filósofo esloveno Slavoj ?i?ek, la verdad reside en lo que realmente hacemos a lo largo de nuestra vida.