Los americanos que todo lo hacen a lo grande, y por lo general bastante bien, tienen montado un Rastreador de Santa (Claus) en el Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial para informar a todos los niños por teléfono de por dónde va el trineo volador de Papá Noel. Como en años anteriores, también este año estuvieron atendiendo las llamadas. A Collman Lloyd, una niña de 7 años, le cogió el teléfono el presidente Trump: «¿Sigues creyendo en Santa Claus? -le preguntó-, porque a los siete es raro, ¿verdad?». «Sí señor», respondió la chiquilla.

Tampoco tiene nada de extraño, de raro, o de marginal como sugirió Donald Trump. Al fin y al cabo a él lo han votado millones de adultos que se supone creían o creen en él. A mí no me parece marginal, ni tampoco raro, a juzgar por la cifra de votantes. Otra cosa es que le volvieran a votar en un futuro a la vista de los calificativos que le dedican algunos de su equipo y exministros, como: demente que se cree dios, un incapaz caótico y emocional, autoritario, es un mentiroso de mierda, un lunático peligroso, un jodido inepto, es un idiota al que no tiene sentido tratar de convencerle de nada, es un jodido capullo, erosiona la democracia, actúa como un escenógrafo más que como un analista, es su estilo, su ambición. Todo esto y más piropos reúne Bob Woodward en Miedo. Trump en la Casa Blanca. Michelle Obama lo despacha en sus memorias como racista, misógino, inepto y loco, en línea con lo que dice el actual equipo presidencial de confianza. Y, hasta su abogado, le recomienda no declarar ante el fiscal especial Robert Mueller porque «eres un mentiroso y cometerás perjurio», y lo dice por su bien. «Es como un niño de 11 años -dice otro de sus colaboradores- aunque es la persona más poderosa del mundo» y a esa edad no cree en Papá Noel y menos en los Magos. Pero seguirá siendo presidente mientras haya tantos millones que crean en él, de la misma forma que Santa seguirá existiendo mientras haya muchos millones de niños que crean en él. Yo confieso que también creo en Papá Noel especialmente cuando veo a los niños emocionarse, pero creo más en los Magos. Lo de Reyes lo obviamos para no meternos en charcos y poder compartir la creencia con más gente.

Yo creo en los Magos por múltiples razones, y además me caen hasta más simpáticos. Primero, porque uno de ellos es negro, con lo cual, los de Vox reivindicarán los toros, reivindicarán el belén, pero sin Magos. No se van a poner a reivindicar a un negrito y menos un negrito que viene de Saná -la Sabá de Isaías 60:6- la capital del Yemen. Además, el tal Melchor procedía de Persia, la actual Siria, con lo que seguro iba de refugiado y árabe, sospechoso; mientras que el sabio Gaspar parece que llegó de la India. Me caen mejor porque eran astrólogos, adivinos, medio brujos y magos. Eran asesores, expertos en el arte de la magia, algo así como nuestro Juan Tamariz -¡tchan, tchan!-. Astrólogos que se dejaban guiar por la buena estrella, no iban de estrellas. También eran adivinos, por eso se vieron venir al Herodes de turno y se fueron por otro lado para evitar el muro de la frontera. Y sobre todo eran unos magos majos, fascinadores, videntes, sabios, pero no enterados salvapatrias.

Seguro que Trump tampoco cree en los Magos. Vaya porquería de regalos, pensará. Ni un mínimo contrato para firmar, ni una licencia para levantar un hotel, ni siquiera una guerra que ganar. Sobre todo, le desagrada el impertinente de la mirra por recordarnos que al final terminaremos de cumplir años. Él que crea en lo que quiera, suponiendo que crea en algo, aunque fuera en América ya sería mucho. Bueno, seguro que cree en la imagen de Donald Trump. A mí el único Donald que me agrada es el Pato Donald, aunque casi no se le entienda; a Trump se le entiende todo. Lo que habla y lo que calla. Yo seguiré creyendo en los Magos y en Santa Claus como los miles de Collman Lloyd, sean negros o blancos, del este o del oeste, cristianos o musulmanes, de aquí y de allá porque para Santa y los Magos todos somos iguales, y eso tampoco le gusta a los nacional populistas.