Prueba clara de que el discurso de Navidad de este año del Rey Felipe VI tuvo un tono distinto y nuevo a los de años anteriores han sido las dificultades que han tenido los dirigentes de Podemos para desgranar la habitual catarata de críticas que suelen hacer ante cualquier manifestación pública del monarca. Resulta obvio que el discurso podría tener una duración mucho mayor de la que habitualmente tiene dados los problemas que la sociedad española, como cualquier otra, tiene pendiente de resolver, pero la claridad y la concisión de este año han servido para subrayar y llamar la atención respecto de algunos de los más importantes en el momento actual.

En primer lugar, cabe resaltar el llamamiento que el Rey hizo de la concordia y del necesario uso del diálogo como medio para resolver los desafíos políticos del presente y del futuro. Frente a aquellos que se esfuerzan por crear conflictos donde no los había o en fomentar los existentes, el Rey recordó que la Constitución Española es mucho más que el artículo 155, es decir, un acuerdo de voluntades por el que nadie obtiene de ella todo lo que quiere pero sí lo imprescindible para sentirse representado y ver realizadas una parte de sus aspiraciones. Pudo entenderse esta referencia expresa al diálogo como un apoyo a los movimientos del Gobierno de España para lograr abrir un canal de comunicación con la Generalitat que, como mínimo, favorezca un diálogo necesario para la aplicación de políticas que resuelvan los problemas reales de los ciudadanos alejadas, por tanto, del victimismo que los partidarios del independentismo han construido bajo una falsa apariencia de verdad. El hecho de que no mencionase de manera expresa el problema generado por menos de la mitad de la población de Cataluña, quiso dejar claro que los españoles tenemos preocupaciones mucho más importantes que las egoístas veleidades independentistas de los dirigentes de la Generalitat.

Los dos principales aspectos tratados por el Rey en su discurso de Navidad fueron, por un lado, la quiebra generacional que se está consolidando en España como consecuencia de la falta de perspectivas laborales de los jóvenes españoles y de la generalización de los salarios precarios y, por otro lado, la lucha del Estado contra la violencia de género. Sobre el primer aspecto cabe destacar que el Rey reconoce como el desafío más importante de la sociedad española la ausencia de un relevo generacional que logre mantener el Estado del Bienestar. La generalización de la educación en España conseguida gracias a la reinstauración de la democracia en 1977 tras un largo periodo de oscurantismo, ha conseguido un nivel de formación académica en España nunca conocida en nuestra historia. Sin embargo, esta revolución formativa no ha venido acompañada de la revolución industrial que España, a diferencia de otros países europeos, parece no estar capacitada para llevarla a cabo. A la habitual y ridícula desconfianza de los empresarios hacia todo aquello que huela a Universidad y a trabajadores formados con criterio, se une la falta de un tejido empresarial de calidad que logre dejar atrás la cultura del pelotazo. La generalización del falso autónomo acrecienta un problema que amenaza con asentarse en la economía española durante generaciones.

La referencia expresa del monarca a la violencia de género supuso un claro apoyo a la ley contra la Violencia de Género aprobada y puesta en marcha por el Gobierno socialista de Zapatero y mejorada y extendida por el actual de P edro Sánchez. Con ello el Rey no sólo se mostró como un firme defensor de la igualdad y de las medidas adoptadas para luchar contra la violencia ejercida sobre las mujeres por el hecho de serlo sino que, sobre todo, supuso un claro rechazo al movimiento antifeminista, retrógrado y carpetovetónico que se ha instalado en la derecha reaccionaria española.

Todo ello hizo que las palabras del Rey estuviesen impregnadas de una clara pátina progresista, moderna y europea imprescindible para que una institución metida con calzador en la Constitución Española tenga una mínima proyección de futuro.

Se aprecia en la Zarzuela la intención y la voluntad de adaptarse a los nuevos vientos que recorren nuestro país. Prueba de ello fue la escenografía de las imágenes emitidas desde el Palacio de la Zarzuela, con un discurso pronunciado en una estancia sobria y sin apenas referencias al catolicismo tan presente en pasados actos de la monarquía española y con una brevedad que quiso conseguir en el destinatario llamar su atención sobre dos o tres aspectos concretos. Lejos de la grandilocuencia de épocas pasadas, Felipe VI quiso escenificar en su discurso lo que parece ser el principio del cambio de una institución con mala proyección de futuro. En la Europa del siglo XXI las monarquías tienen reservado un papel meramente decorativo. Sólo la voluntad de las sociedades de cada uno de los países en los que rige este sistema puede decidir sobre su continuidad en el tiempo.