La pasada Nochebuena tuvimos la suerte de contar en nuestra mesa con mi buen amigo Gorgias, que amablemente aceptó nuestra invitación. Es una noche entrañable y distendida donde se recuerdan los mejores momentos de la vida y se simula celebrar un acontecimiento religioso del cristianismo que para la gran mayoría se perdió hace mucho tiempo, convirtiéndose en una celebración pagana.

Aprovechando la presencia de un erudito, incliné la conversación hacia ese mundo especial, controvertido y apasionante de las religiones, con el afán de satisfacer curiosidades de todos los presentes y de no perder la ocasión de aprender cosas nuevas que, de alguna manera, enriquecen el alma. Sin perseguir un objetivo concreto intenté conducir la conversación hacia algo que siempre me ha llamado la atención en la práctica totalidad de las creencias, las abluciones.

Pude entrever que Gorgias no tenía un sentido claro de este ritual, pero a fuerza de sonsacar acabó por dejarse llevar. Yo pienso, nos dijo con su voz pausada, que los ritos religiosos están basados y sustentados por fuertes creencias que en su día fueron imprescindibles y que se han ido arrastrando hasta nuestros días. En tiempos remotos donde el agua no salía de los grifos, la acción de bañarse no era algo tan cotidiano y sentirse o estar sucio se traducía en inmoralidad. No se podía entender presentarse ante un Dios en ese estado, era necesario un acto de limpieza que conllevaba grandes sacrificios personales.

El judaísmo, el cristianismo, el islamismo, el hinduismo, cualquiera de ellos cuentan con ese gran rito de limpieza mediante el agua para alcanzar la purificación necesaria ante el que rige sus destinos morales. Sabemos que las religiones son las que mantienen con más ahínco las tradiciones, hasta el punto de que modificar algo se puede entender como una aberración al propio sistema religioso. Por ello se mantienen los baños purificadores del judaísmo y el hinduismo, el bautismo en el cristianismo y las abluciones antes de la oración musulmana.

La acción y el efecto de una ablución han evolucionado a pesar de las tradiciones y hoy se entiende más como un simple ritual mecánico que como una auténtica acción de limpieza del alma. Algo similar a esta celebración de Nochebuena, donde la exaltación religiosa pasa a un plano anecdótico y lo que prevalece es pasar un rato inolvidable entre amigos y familiares. La ablución deja de ser una premisa religiosa para pasar a ser una necesidad de convivencia. Estar limpio de cuerpo es un acto pagano, una obligación social si no queremos convertirnos en unos parias, la limpieza del alma es otro cantar.