La gripe mal llamada española azotó a prácticamente el mundo entero hace cien años, en 1918. Torrevieja ya había sufrido pandemias letales como la fiebre amarilla de 1811, que asoló Europa, aunque se libró de las epidemias de cólera que azotaron España durante el siglo XIX. Los felices años de la segunda década del siglo XX se tornarían de negro con la llegada la epidemia de «grippe», con una muy fuerte virulencia a finales del verano de 1918. La epidemia de gripe fue conocida en España popularmente como «el soldado de Nápoles», porque apareció cuando en los teatros se representaba la «Canción del Olvido» del maestro José Serrano. Otra denominación con la que fue bautizada en sus primeras fases fue la de «la enfermedad de moda».

Hubo tres oleadas de gripe. La primera fue la de marzo de 1918. La segunda fue la más grave causando la mayor parte de las muertes y duró desde agosto hasta noviembre de 1918. La tercera se dio a principios de 1919.

Ya en agosto, entre otros, fallecía de gripe en Larache la niña torrevejense María Jesús Torregrosa Antolino, de dos años. La terrorífica gripe se estableció en Torrevieja, con caracteres gravísimos, a mediados de septiembre; los médicos de la población vieron llegar la dolencia sin tener ningún remedio para combatirla. Reunida la Junta Local de Sanidad, presidida por el primer teniente alcalde Blas Sánchez, por encontrarse enfermo el alcalde, se llevaron a cabo algunas medidas higiénicas, todas infructuosas, para detener la epidemia.

La epidemia no entendía de escalafones sociales. Estuvieron enfermados con la gripe el alcalde Rafael Sala García; y el representante de Salinera Española, Bartolomé Bosch. Entre los muchos fallecidos Magdalena Pérez, esposa de Ramón Blanco; Tomás Lacomba, operario electricista, María Esquiva Mora, esposa del capitán de la marina mercante Manuel Sala Pérez, etcétera.

En el Hospital de Vigo ingresaban el 23 de septiembre, atacados por la gripe, varios tripulantes del vapor «Marqués del Turia», procedente de Torrevieja. Y a primeros de octubre, el subsecretario del estado sanitario, señor Rosa, manifestaba que a Torrevieja había llegado un vapor noruego con doce enfermos que inmediatamente fueron aislados.

A finales de octubre la epidemia en Torrevieja tendía a decrecer, siendo muy contados los casos de extrema gravedad, achacándose este hecho a las condiciones de su urbanización en extremo higiénicas, a su envidiable situación topográfica y a sus aires puros por excelencia; todos ellos, según los higienistas de la época, factores de primer orden para toda clase de enfermedades.

Haciendo una pequeña estadística, se sacaron dos consecuencias satisfactorias; una, la diferencia grande de mortalidad con relación a las invasiones habidas, y la otra, la de que estas invasiones no llegaron ni con mucho a las que en los demás pueblos de la zona ocurrieron. Frente a esta desgraciada epidemia, quiero dejar constancia a los médicos que dieron ejemplo de altruismo y amor al prójimo: Francisco Escribano, Lorenzo Ballester Carcaño, Manuel García Sala y Clemente Gonsálvez, así como J uan Pérez Santos, jefe de la policía municipal de la población.

La tercera oleada de gripe, a principios de 1919, fue menos virulenta, aunque fueron numerosas las familias que pasaron por momentos de verdadera angustia al ver entre los suyos enfermos aquejados por esta enfermedad.

Entre los fallecidos reseñamos el fallecimiento de Librada Talavera Quesada, esposa de Patricio Sala García. El entierro constituyó una verdadera manifestación de duelo al que concurrieron representaciones de todas las clases sociales para rendir el último tributo de amistad a la que en vida fue una bondadosa mujer. La presidencia del duelo estaba formada por el alcalde Rafael Sala García -hermano político de la finada-, Vicente Castell Ibáñez, Pedro Ballester, el juez municipal señor García Talavera y S alvador Llanos. A las pocas horas falleció su hija Luisa Sala Talavera, aquejada de la misma enfermedad: la gripe.

La traicionera y mal llamada «gripe española», ya muy debilitada, daba sus últimos coletazos a principios del año 1920, reapareciendo con numerosos casos de menor virulencia que los de años anteriores. Los peores fueron los seguidos de una rápida defunción, que fueron muy pocos. Contaban que una persona podía despertarse bien, sentirse enferma a primera hora de la tarde y morir de noche.