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Felicidad absoluta

Hay momentos de felicidad absoluta, efímeros, grandiosos, fugaces. Ya saben: el canon de Pachelbel a todo volumen, que tu hija te saque a bailar, brindar con tu chica después de semanas de ausencias y trabajos, que Lauren Bacall le diga Bogart, «al menos sabes silbar»; o fines de semana de amigos entre océanos y chimeneas, una jugada de tiralíneas entre Iniesta y Xavi (por qué envejecisteis tan pronto), ganar al juego que mejor juegas y más te gusta, que de pequeño tu padre te apriete la mano entre las multitudes. Ya saben: Marcelo Mastroianni en «Ojos Negros» diciéndole a Dios las tres cosas que recordaría en su vida: las nanas que le cantaba para dormir su madre, los ojos de Sylvia la primera noche de hacer el amor, las brumas eternas de Rusia. O que en un pueblo de siete mil habitantes como Pedreguer de pronto le caigan 8 millones de la lotería a gente que se quema los dedos preparando almuerzos todas la mañanas o curra doce horas en un supermercado, y que estallen en aullidos de alegría por calles y plazas. O como en Alicante: que te toquen más de cien mil euros recién salido de la cárcel. Un subidón. Serrat concedió un momento eterno de felicidad hace lustros cuando compuso «Mediterráneo» y el otro día en Barcelona tuvo que parar un concierto porque alguien le exigió de mal talante que la cantara en catalán. Mal haremos si en el legítimo debate de encontrar nuestra identidad arremetemos contra los idiomas: ninguno es culpable de nada, todos son eternos e imprescindibles. Hay cosas que sólo se pueden concebir en una lengua. Serrat imaginó hacer felices a todos los pueblos desde Algeciras a Estambul en castellano de la misma forma que Ausiàs March añoró desafiar las feroces tempestades para regresar a casa en valenciano («Bullirà el mar com la cassola en forn»). Ahora también hay ultras que quieren desterrar a Ausiàs de las escuelas. Qué error. Que cada uno elija su patria sin arremeter contra las palabras maternas del otro. Lluís Llach: «No creiem en les fronteres si darrera hi ha un company». Escucharnos más los unos a los otros. No vociferar tanto. Procurar ser felices en más ocasiones.

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