«Me gusta la Navidad en conjunto... A su torpe manera, acerca la paz y la buena voluntad. Pero es más torpe cada año».

E. M. Forster (1879-1970),

escritor inglés.

Parece que, si no lo remedia algún inoportuno resfriado, dolor de muelas u otra circunstancia sobrevenida en las filas opositoras (que todo podría ser) en el pleno de fin de año, no habrá presupuestos municipales para 2019. ¿Y qué?, se preguntará usted mismo, entre bocado de churro y sorbo de chocolate. Pues nada. No pasa nada, se prorrogan los vigentes y listo. El gobierno trino y uno que encabeza Carlos González, como es obligado en estos casos, indistintamente del color político del ejecutivo local, siempre presenta el proyecto de cuentas anuales como lo más de lo más: solidarias, sostenibles, realistas, inversoras, rigurosas y chiripitifláuticas. Pero, casualmente, en años electorales son incluso más de lo más de lo más. Y con inversiones a porrillo en barrios y pedanías que, por un extraño fenómeno de la termodinámica política, había sido materialmente imposible realizar en los años precedentes.

Pues bien, eso va a quedar en nada, porque la oposición no se chupa el dedo de en medio (de la mano) y acusa al tripartito, como es de manual también en estos casos, de presentar unos presupuestos irreales, engañosos, electoralistas, teatreros, insostenibles, peripatéticos y capitidisminuidos; vamos, un auténtico paripé. PSOE, Compromís y Partido de Elche no contarán esta vez (previsiblemente y por el momento, como digo) con el apoyo de Ciudadanos.

La responsable de los cuartos, Ana Arabid, trata de tentar a Cs para que se retraten con ellos junto a los presupuestos: «Mirad qué bien encuadernados que están, y hasta le hemos puesto una orla color naranja y todo...». Pero su líder, David Caballero, se lamenta de que ha pasado noches en vela esperando a que el alcalde le llamase para quedar y charlar de lo suyo, y no ha sido así. «Esto no es serio en una relación de tantos años [dos, en realidad]...», se queja amargamente el ciudadano, que ya tenía preparadas más de 300 propuestas para incluir en las inversiones de 2019 (y no repetía ninguna de las 250 presentadas de los dos años anteriores, ojo). Pero no le han llamado y se ha quedado solo, compuesto y sin la bajada del 6,5% del IBI. «¡Pues si no quedamos ni siquiera para tomar café y encima no hay rebaja ibicenca, preparaos para morder el polvo presupuestario!», dicen que le oyeron exclamar al líder riverista desde lo alto de la torre de Calendura, aunque sus últimas palabras se confundieron con el tañido de los cuartos del mediodía.

Por su parte, Pablo Ruz compareció con su fugaz contrincante para la designación electoral, Vicente Granero, para evidenciar la «germanor» imperante en el seno popular. Y más desde que ha difundido el vídeo navideño mutuamente laudatorio («Aquí, con el futuro alcalde Elche», «Pues yo, aquí con el futuro presidente del gobierno de España y Cataluña») con su querido amigo y mandamás del PP Pablo Casado en la mismísima Glorieta (se espera una segunda parte con villancico incluido). La joven esperanza del PP (la de aquí) no deja de lamentarse de lo mal que va todo en general con el tripartito. «Este gobierno está amortizado. Sin ideas, ni mercado, ni Corredora, ni inversiones Edusi ni de la Generalitat, ni presupuesto, ni las luces de Navidad que merece una ciudad como Elche. Un desastre total», advirtió, prodigándose en pleonasmos.

Total, que Carlos González no podrá, salvo intercesión de algún fenómeno paranormal, poner el broche a esta legislatura con unos presupuestos nuevos. De ser así correrán él y su equipo de progreso el mismo destino que Mercedes Alonso, que acabó su mandato con unas cuentas prorrogadas tras perder los populares la mayoría, pese a los esfuerzos de Manolo Latour por convencer a la oposición y ciudadanía en general de que el incremento del 15% en el IBI que habían aplicado no era tan malo como parecía. Y lo parecía mucho.

En fin, que al alcalde se le escucha estos días (por lo bajini, eso sí), repetir, cual letanía: «¡Ay, Pedro, nuestros destinos se ven irremisiblemente unidos por los presupuestos! ¡Cuánta ingratitud hay en este mundo!». Dicho lo cual, el alcalde se marchó raudo y veloz a comprobar si era verdad que, como le habían chivado, en el belén de la Glorieta habían colocado, muy al fondo en la parte egipcia, un mercado de abastos de estilo racionalista (pero del racionalismo de la época de Amenhotep III) con sus catas arqueológicas junto a la pirámide de Keops y su pergamino del Icomos de la época y todo. No fue capaz de hallar el edificio de abastos, pero sí descubrió en cambio, por fin, dónde se oculta Cantó a caballo.

Siguió escudriñando y creyó intuir los rasgos de Mireia Mollà en la figura de la alta sacerdotisa de Menfis, aunque también podría tratarse de Cristina Martínez en una rara aparición pública. Y, sin dudarlo, se vio él mismo plasmado en el pastor laico que conduce, confiado y con pulso firme, el amplio rebaño caprino-lanar desde la montaña al corral. «¡Qué lírica metáfora! La subiré de inmediato a Facebook», y se puso a ello junto al puesto de gofres. En esas que, tras llevar a cabo la grabación videográfica, aparecieron por el belén Ruz y Casado. «Mira, Pablo -le decía uno, el de aquí, al otro-, ¿no te parece que ese san José tiene absolutamente todos mis rasgos faciales, barba incluida?». «Ahora que lo dices, Pablo -le respondía el palentino e ilicitano por parte política, digo conyugal, al otro, el de aquí del todo- tienes razón. Absolutamente tú. Oye, ¿no crees que ese rey mago que encabeza la comitiva siguiendo la estrella no es clavadito a mí?»... Mientras, la megafonía pregonaba: «La Nochebuena se viene, tururú / la Nochebuena se va./ Y nosotros nos iremos, tururú/ y no volveremos más». Y se fueron todos. Bon Nadal.