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Israel busca y encuentra amigos de conveniencia en las dictaduras árabes

Israel, que presume de ser la única democracia en Oriente Medio pese a la opresión y continua humillación a las que somete al pueblo palestino, busca amigos de conveniencia entre las monarquías feudales árabes. Y los encuentra.

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, acosado como está por la justicia, que le acusa de corrupción, lleva algún tiempo embarcado en una ofensiva diplomática y de distracción en busca de apoyo frente al que considera el mayor enemigo del país: Irán.

Trata su Gobierno de aprovechar en beneficio propio el conflicto político-religioso entre el Irán chií, al que acusa de apoyar a los movimientos terroristas de toda la región, y el wahabismo fundamentalista de Arabia Saudí, que en cambio parece no preocuparle en absoluto.

Es un hecho que Irán ha podido y sabido beneficiarse del enorme caos generado en la región por las intervenciones occidentales en Siria e Irak y los continuos errores cometidos por la diplomacia norteamericana, que ha demostrado no entender esa parte del mundo.

En Irak, tras el derrocamiento de Sadam Husein, terminaron triunfando los grupos chiíes como el que lidera el clérigo Muqtada al Sadr, que apoyan al Gobierno de coalición del también chií Haider al Badi.

En Siria, el régimen baazista de Bashar al Assad no habría logrado sostenerse en el poder sin la inestimable ayuda militar del Irán de los ayatolas, además de la proporcionada por la Rusia de Putin.

Mientras tanto, Israel acusa a Irán de estar detrás del movimiento chií Hezbolá, creado como respuesta a la intervención israelí en el Líbano, pero al que Occidente y el Estado judío califican directamente de organización terrorista.

El Estado judío puede estar seguro del apoyo de Washington a su guerra contra Hezbolá, que se autodefine como un movimiento nacional de resistencia y ve en Israel y EEUU sus principales enemigos.

Como parte de la ofensiva diplomática emprendida por Israel entre las monarquías del Golfo, su primer ministro visitó recientemente Omán, donde se reunió con el sultán Qabus bin Said al Said.

A su vez, su ministra de Cultura, Miri Regev, fue recibida oficialmente por el Gobierno de los Emiratos Árabes Unidos y visitó la Gran Mezquita de Abu Dhabi, algo que parecía hasta hace poco inimaginable.

Tampoco ha querido descuidar Netanyahu a los países árabes de mayoría musulmana, y así el jefe del Gobierno israelí recibió a su vez hace algunas fechas la visita del presidente del Chad, Idriss Déby.

Se trata de países con los que Israel no mantiene relaciones diplomáticas, lo que no ha sido óbice, por ejemplo, para que se viese a Déby y Netanyahu en Jerusalén cogidos de la mano.

El príncipe heredero de Arabia Saudí, saludado en un principio por EEUU como reformista, pero últimamente en entredicho incluso en EEUU por el asesinato del periodista Jamal Kashoggi, declaró a la revista The Atlantic que Israel es una realidad con la que se puede convivir.

Anteriormente, los saudíes negaban cualquier posibilidad de normalizar las relaciones con el Estado judío mientras continuase la opresión del pueblo palestino y la ocupación de su territorio.

Las monarquías feudales del Golfo parecen haber llegado mientras tanto a la conclusión de que el mayor peligro al que han de hacer frente no es Israel, sino la República Islámica.

Como señala la periodista especialista en esa región Lea Frehse, la firmeza que parecen mostrar esos autócratas árabes no puede ocultar la inseguridad que deben de sentir en el fondo.

Porque Irán no es su única amenaza, sino que está también la que representan para sus regímenes tanto los yihadistas del Estado islámico como el creciente descontento de sus propias poblaciones.

Temen que pueda sucederles también a ellos lo ocurrido en Siria, Irak o Libia, y ven por el contrario en Israel a "un aliado con gran potencial".

Se trata en cualquier caso de una apuesta arriesgada porque esa aproximación a Israel no es vista con buenos ojos por los ciudadanos, educados en el odio al Estado judío y que sufren también como en carne propia la opresión del pueblo palestino.

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