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Podemos y su democracia

No es fascismo el programa de Vox si se habla de fascismo con rigor, ni siquiera ultraderecha

La calle frente a la decisión de cuatrocientos mil ciudadanos. A las barricadas, los destrozos y la violencia por ahora limitada al mobiliario urbano. A la calle contra Vox, con un mensaje guerra civilista penetrado de odio, peligroso augurio de la amenaza que late en todo veto o exclusión de nadie por su ideología. Iglesias, el demócrata popular, sinónimo de dictador en ciernes, imitador del pasado en sus peores sombras, corifeo de autócratas presentes y emulador de pasados totalitarios, se ha mostrado en todo su esplendor llenando su boca de serpientes y empujando a las masas de su señorío a cavar la tumba del fascismo que imagina en todo lo que se opone a su pesadilla fracasada, a su vulgar manipulación de la historia, que metamorfosea terroristas en héroes y chequistas en próceres del progreso. La violencia es violencia y no se convierte en virtud por el maniqueo añadido de revolucionaria. Las manifestaciones contra la voz del pueblo son una afrenta a la libertad, aunque se las califique de antifascistas, término que soporta todo si se observa su uso y usuarios.

Lo que pretende este político salido del túnel de tiempo, empujando a la calle contra una decisión popular manifestada en una contienda electoral limpia, nadie lo sabe. Tanto histrionismo es excesivo y los votantes han expresado el rechazo ante las imposiciones de lo políticamente correcto y la política de los gestos, del poder por el poder. Vox puede representar la reacción a un proceso sostenido de suplantar una sociedad por otra, ignorada por los partidos, excluyente, tras cuarenta años de Transición y de respeto, concordia y convivencia. Era esperable y solo cuestión de tiempo. Quien tensa una cuerda corre el riesgo de romperla. Estábamos advertidos y la advertencia no puede ya ignorarse.

No es fascismo el programa de Vox si se habla de fascismo con rigor, ni siquiera ultraderecha. Fascismo y ultraderecha son otra cosa para los que la han conocido. Bien lo sabemos.

Sus propuestas formaban parte de la normalidad en los años noventa y se discutían como ordinarias. Basta ver las hemerotecas. Lo que pueda ser en el futuro es otra cosa. Sucede, sin embargo, que hoy se ha radicalizado la política, que ya vivimos en un extremo cuyos postulados se quieren imponer y que coinciden exclusivamente con aparentes, solo aparentes postulados de izquierda, mientras que la sociedad no ha caminado al mismo compás. La política vive un mundo, bien publicitado al estilo y método de los sistemas autoritarios, que no encuentra eco en la ciudadanía, reacia en mucho a tales cambios sustanciales. Sociedad y política representan dos realidades distintas y tal vez contrapuestas. Frente a la verdad oficial se alza siempre la verdad real de la sociedad, con su pasado, relativo y asumido con naturalidad y sus necesidades, no satisfechas con exhumaciones y ropajes de miliciano redivivo.

Pudiera VOX y deberían pensarlo, estar más presente en la calle, en lo que en privado y al oído se dice, de lo que está una clase política tan forzadamente correcta, como fuera de la realidad y lo cotidiano. Ignorar esta eventualidad es errar en el diagnóstico y en la solución. Todos los excesos generan reacciones, inevitablemente, sobre todo cuando amplios sectores de la ciudadanía no asumen el discurso oficialmente declarado. La clase política es culpable con sus desvaríos de lo sucedido y lo será, de seguir la misma senda, de lo que pueda suceder. Y no valen llamadas a la moderación o a la razón cuando ésta se entiende como sometimiento a una ideología dominante declarada universalmente verdadera.

Con la llamada a las barricadas y al rechazo a las elecciones libres, Podemos ha pasado de ser antisistema de palabra a convertirse en peligroso activista antidemocrático de hecho. Y Podemos es más antisistema e inconstitucional que Vox si se toma como referencia el conjunto, la totalidad, no partes de ella, de sus aspiraciones y programas. Desde la ley de partidos, Podemos estaría más en el límite de la legalidad que Vox. Su ideología marcadamente revolucionaria y su antifranquismo trasnochado, que desliza legitimidades y comprensiones hacia el terrorismo más atroz en un juego que roza conductas incompatibles con el sistema democrático, no son meras anécdotas. No se pueden blanquear los asesinatos mediante calificativos tan inapropiados, burlando a casi un millar de víctimas.

Frente a la violencia Sánchez ha guardado silencio y, por tanto, otorgado. Más aún, ha justificado en la defensa de la democracia el renovado impulso al pacto con Podemos, al que considera plenamente democrático y no radical mientras, a la vez, consiente en Cataluña el caos por unos meses más de desgobierno. No podía el PSOE llegar tan lejos en su inmediatez y tan corto en su futuro. O el PSOE acaba de nuevo con Sánchez o Sánchez acaba con el PSOE. El voto andaluz, en clave nacional, es claro y rotundo. El centro es la solución, pero hoy es inviable porque el PSOE ha optado por el frente populismo más anacrónico. Ante ese frentismo, la adscripción militante a uno de los bandos en liza constituye una opción para muchos irremediable. Lo peor imaginable. Ese es el futuro que fácilmente se intuye, salvo que la razón se imponga y se vuelva a la senda de la moderación. Y el PSOE es imprescindible en este tránsito, aunque hoy es el mayor obstáculo. A tiempo está de no repetir los mismos errores del pasado.

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