Arden las redes y los diarios por tratar de definir qué es Vox, ese fenómeno que ha desautorizado la capacidad de predicción de los encuestadores. ¿Será un partido fascista, de extrema derecha? ¿Será un producto análogo a la internacional autoritaria y ultranacionalista que recorre Europa? ¿Será una manifestación de nacionalismo español extremo que erupciona como reacción al otro ultranacionalismo que se da en Cataluña?

Para ir al grano: Vox no es más, en mi opinión, que un subproducto del Partido Popular, lo que se muestra a las claras por el origen de sus líderes, especialmente el de su presidente, que hasta no hace mucho disfrutaba del favor de la cúpula del PP y de las mamandurrias que le fueron encomendadas por una de sus lideresas. A nadie puede extrañar que así sea pues en el PP han anidado y se han desarrollado durante décadas múltiples grupos de nítida adscripción tardo-franquista, los cuales mantenían la boca cerrada para no estropear el mensaje centro-derechista del partido y que ahora se destapan por motivos no difíciles de analizar. Pero para ser justos, a la etiqueta de subproducto del PP hay que añadir otras dos, la de derecha extrema, en el sentido de que radicaliza posiciones y temas que forman parte del catecismo Aznar-Casadista, y finalmente, el toque rancio de nacional-catolicismo que lo adorna.

Se trata, pues, de mensajes viejos -como al parecer es el perfil sociológico de sus votantes-, lo que no quiere decir que algunos de ellos no enganchen (como destaca Juan Cruz) con un sector enfadado de la población que, pongo por caso, reniega de lo que llaman ideología de género, dando voz al machismo latente en la sociedad, al cual le gustaría ver derogada la legislación que ampara a las mujeres de la violencia machista (aunque en otros aspecto Vox coincide con la vanguardia feminista en la prohibición de los vientres de alquiler).

Pero lo que más llama la atención es por qué, súbitamente, tras algunos años de irrelevancia, se produce el efecto champán de Vox que ha dado la puntilla a Susana Díaz en Andalucía. Hay múltiples hipótesis: la principal es que Vox recoge el sentir de una parte de la población que exige mano dura contra el independentismo, cosa que, a su parecer, no hacen ni una derecha impotente ni una izquierda entreguista. Se subraya, por otra parte, que la irrupción de Vox tiene que ver con el auge de movimientos ultras y xenófobos en Europa y América, hipótesis que no comparto totalmente, no sólo porque muchos de estos movimientos son aliados objetivos del independentismo catalán, sino porque como dije, las raíces ultras de Vox son particularmente hispanas. Sí creo sin embargo (como hace Pep Borrell) que Vox es otra consecuencia más del malestar que la crisis económica ha disparado en todas direcciones (también en la derecha independentista catalana) y que ha impactado en sectores de clase media, temerosos de los efectos de la globalización. No es en absoluto descartable, en fin, que el ascenso de Vox se haya beneficiado de haber sido el centro de una confusa campaña de (mala) propaganda en la que, en mi opinión, han colaborado todos los partidos de consuno y algunos medios de comunicación.

Me parece que la trayectoria de Vox será limitada y que afectará únicamente a la recomposición de la derecha española, a no ser que sectores radicales de la izquierda se empeñen en conseguir lo contrario. El principal problema que tiene Vox es que sus propuestas, siendo populistas, son irrealizables y, en la hipótesis de que no lo fueran, sumarían más problemas a los que ya tenemos. Sus propuestas recentralizadoras, de supresión de las autonomías y reversión al Estado de competencias en educación, sanidad etc, contrastan con una enorme mayoría social y política que opina lo contrario, por lo que es altamente improbable que superaran algún día el test de la reforma constitucional (además de ser obsoletas: ningún país, ninguna organización social o empresarial, opta hoy por el centralismo). Por otra parte, «la mano dura» que predica ante el conflicto en Cataluña, además de una expresión inconstitucional, no haría más que agravar el conflicto. Otras propuestas, como la prohibición del aborto, los matrimonios de personas del mismo sexo, etc. en materia de derechos, una vez asimiladas por la sociedad española, son prácticamente irreversibles (la ultraderecha, en la transición, rechazaba el divorcio). Las medidas contra la inmigración, una cuestión que no ha sido hasta ahora un verdadero problema en España (al contrario, España necesita y necesitará en el futuro más población de origen migrante) no son sino mera copia de lo que propugnan otros movimientos xenófobos en Europa, como la construcción de muros, que por supuesto, no tendrían el menor efecto. Igualmente sucede con el confuso discurso europeo, tendente a potenciar la división, con lo que se coloca al lado de otras potencias extranjeras que lo que quieren es dividir Europa para que nos vaya peor, en lugar de potenciar la soberanía española. Todo ello, unido a las falsas motivaciones que sustentan otras medidas, convierte el discurso de Vox en un ente vacío.

¿Es entonces Vox una formación fascista? Bueno, si bien Vox hace curiosamente un planteamiento económico liberal (no de nacionalismo económico), un partido fascista se caracteriza, además de por su ideología, por la parafernalia que exhibe y por el desprecio a las reglas y a los derechos de todos, por el apoyo del capital. No creo que Vox vaya a contar con tal tipo de apoyo. Así que no me parece buena idea, por parte de la izquierda, fijar su estrategia, exclusivamente, en el combate contra esta clase de partido, que no haría otra cosa que reforzarlo. Basta con que le sitúe como lo que es, un apéndice extremo de la derecha española, que, en este sentido ha dejado de ser una excepción. Y porque se trata de un apéndice de la derecha, es a ésta a la que principalmente interpela, lo que le obliga a retratarse y no mirar para otro lado.