El pasado día 6 en el diario El País, Felipe González, decía: «Tenemos que recuperar cuanto antes el espacio del diálogo y el entendimiento, porque no hay razón alguna para afirmar que lo que fue posible hace 40 años hoy resulta inalcanzable». Coincido con esa sentencia que nos obliga a todos, a todos, a ejercer la sana costumbre de ponerte del lado de tu adversario político, aunque sea para entender cómo piensa y por qué lo hace así. El entendimiento es, en definitiva, renunciar al sectarismo del que todos tenemos una cierta atadura. Para comprender al otro, para entender sus razones, tenemos que desconectarnos de determinados clichés que nos hacen demasiado rígidos.

Pero la aproximación al otro ha de hacerse desde la educación y el respeto. Si alguien decide no cumplir las leyes, o insultar y manejar el lenguaje de manera ofensiva contra el otro, el diálogo no se puede producir nunca. Los espectáculos que últimamente hemos visto en el hemiciclo español, y en algunos parlamentos autonómicos, son de todo menos edificantes. Una banda de irresponsables ofendiendo gratuitamente al que no piensa como ellos. Una ristra de camisetas reivindicativas, pegatinas, banderas, pancartas, interrupciones de los discursos, gestos y aspavientos de barra de bar, y un sinfín de exabruptos que mejorarían los aficionados violentos de las «barras» argentinas.

A una parte de la política, en democracia, que la tienes que traer de casa. Tu forma de comportarte con respecto a los demás es algo que te tienen que haber enseñado en la mesa camilla de tu casa. No se trata de ser blando o duro, se trata de no ser un hooligan maleducado. Hay escenografías de cortesía que no aseveran al orador. Yo aplaudo a gente con la que no comparto su discurso, pero, por respeto institucional lo hago. Me pregunto si Carrillo y La Pasionaria habrían aplaudido a los Reyes en este aniversario. Me juego el cuello que habrían aplaudido, aun estando en desacuerdo con algunas de las cosas que dijeron.

Pero hoy la escenografía teatrera está copiando las malas artes callejeras. A algunos les habría gustado quemar un contenedor en medio de los expresidentes y de los Reyes eméritos como señal de descontento. Y como son incapaces de medir la relación entre la correcta educación y la protesta, pues se echan al monte. No entender el papel que juegan las instituciones en una democracia es acabar con ella. Todos los que han denostado las instituciones en democracia, los que las han utilizado en beneficio propio, o los que las han cuestionado mezclando las actuaciones personales, deleznables muchas veces, con la eliminación de las mismas, acaban imponiendo un recorte de libertades.

Por favor, lean esta Navidad, Fascismo. Una advertencia, de la que fuera secretaria de Estado con Bill Clinton, Madeleine Albright. Una disección europea de lo que fue y de lo que representan los totalitarismos en occidente. Aporta un texto de Hitler revelador: «Las fuerzas reaccionarias creen que serán capaces de controlarme. Sé que confían en que yo mismo acarrearé mi propia ruina con mi mala administración. Nuestra gran oportunidad radica en actuar antes de que ellos lo hagan. En nosotros no caben escrúpulos ni vacilaciones burguesas. Me consideran un bárbaro sin educación. Es cierto, nosotros somos bárbaros y deseamos ser bárbaros. Esto es para nosotros un título de honor». Nada que añadir. Solo compare con las actuaciones circenses de algunos maleducados, contra la burguesía.

A mí me mola la Constitución. Ya sé que puede ser mejor, pero también peor. No parece razonable, ni se explica, ese matonismo contra la misma y contra la magnífica transición democrática. Una banda de chavalines imberbes se «encaloman» al frente de disturbios callejeros para decir lo que hay que votar, cómo y cuándo. Y sus cabecillas, calentitos, los aúpan desde una casa que ninguno de ellos jamás tendrá. Esa incoherencia, y no otra, hace a una parte de la sociedad antisistema. Una burda manipulación de los hechos y de los sentimientos. Como el fascismo.

Escuché el otro día a Teo Uriarte, exmiembro de ETA y hoy comprometido con las víctimas del terrorismo, una frase que bien podría zanjar el tema. Me gustó: «Es más importante el encuentro que la victoria en democracia».