Cada día trae su afán y cada mes su encuesta del CIS. El Centro de Investigaciones Sociológicas dependiente de la Presidencia del Gobierno ha cambiado recientemente su método de trabajo y aumentado la periodicidad de sus publicaciones, ahora mensuales. Hace apenas unas semanas, con ocasión del Foro Club Información-Universidad de Alicante, el director de Investigación del Centro, Antonio Alaminos, responsable de programar, diseñar y realizar todos los estudios que acomete ese organismo, defendía el rigor metodológico de su trabajo y negaba las acusaciones de politización. Según explicó Alaminos, los barómetros reflejan exactamente las respuestas de los encuestados, sin proporcionar estimaciones sobre hipotéticos resultados electorales.

No obstante, a propósito del sondeo preelectoral en Andalucía, el Centro cambió esta metodología para ofrecer una estimación de voto, con un vaticinio escandalosamente errado que pronosticaba 47 escaños para el PSOE, frente a los 33 obtenidos finalmente, y tampoco adivinaba la fuerte irrupción de Vox en el parlamento andaluz.

Precisamente esta semana, hemos conocido el barómetro del CIS correspondiente al mes de noviembre, que viene a reeditar, además, la ventaja del PSOE sobre el resto de los partidos a partir de los datos recabados antes de las elecciones andaluzas, consagrando el incremento de la intención del voto hacia la izquierda y el descenso del bloque de derechas.

Es sobradamente conocida la existencia desde antiguo de arúspices y augures, adivinadores de sucesos futuros por el examen del vuelo de las aves, -los auspicios-, así como otras prácticas adivinatorias consistentes en la interpretación de señales en las entrañas de los animales sacrificados, de los rayos o de los prodigios.

Desde siempre, la trascendencia de tales predicciones ha generado desasosiego y propiciado la intervención del poder político, por lo que magistrados, senadores y el propio emperador desarrollaron eficaces estrategias de control sobre los pronosticadores, mediante la orden imperial de recibir información escrita e inmediata acerca de los resultados de las consultas públicas.

En su obra «Sobre la adivinación», Cicerón se refiere a la arraigada creencia en la capacidad extraordinaria de algunos seres para vislumbrar el futuro, lo que les confería un inmenso poder de realizar consultas sobre asuntos diversos e interpretar señales y conjurarlas. Asimismo, consideraba que las predicciones de los arúspices, de los intérpretes de relámpagos o de los augures se conservaban para que el vulgo mantuviera sus creencias, de lo que se beneficiaban en gran medida los dirigentes. «¿Qué fundamento tienen, en realidad, vuestros auspicios?», se preguntaba el ilustre orador. ¿Por qué les es dado a unas aves el poder de suministrar un augurio favorable por la izquierda y a otras el hacerlo por la derecha? ¿Con qué frecuencia han de hacerse si no es cuando se recaban los auspicios por delegación del pueblo?

Cicerón compartía la ironía de Catón, quien se asombraba de que los arúspices no se riesen al mirarse entre sí.

A lo largo de los siglos, hemos evolucionado de los auspicios a la demoscopia, y lo hemos hecho sin abandonar el objetivo prioritario de interpretar la voluntad divina o popular, según las épocas, pero atendiendo siempre a la conveniencia política de los vaticinios y de sus oportunas publicaciones.

Los últimos resultados del CIS, moderno colegio de augures, perseveran en los auspicios favorables al poder, pero yerran los asertos demoscópicos contrastados con la cruda realidad. ¿Cómo desentrañar el misterio insondable de la intención de voto? ¿Cómo se solventa la dificultad de la publicación intempestiva de las encuestas cuya fiabilidad se desmorona tras un proceso electoral?

Clamorosamente cuestionada la capacidad adivinatoria de su director, José Félix Tezanos, «pontifex maximus» del ejecutivo, corre el riesgo de ser fulminado por el rayo de Júpiter cuya aparición por la derecha no pudo o no supo predecir. «Errare humanum est perseverare diabolicum».