El pasado 11 de noviembre se cumplió el centenario del final de la Primera Guerra Mundial, también llamada la Gran Guerra, celebrándose, por toda Europa, distintos actos en recuerdo de aquellas fechas, divisorias para la historia y la civilización, también en Torrevieja. Lo que para muchos significó una crisis económica, en gran media por la escasez de carbón que movía toda la maquinaria industrial mundial, para España -que se mantuvo neutral en el conflicto-, y en especial para Torrevieja, fueron años de bonanza y esplendor mercantil gracias a su flota de veleros -sobre todo pailebotes y bergantines- que surcaban los mares únicamente con la «energía renovable» del viento estrellándose en sus velas sin tener que hacer uso del negro y combustible mineral.

Pese a que la terminación de la Gran Guerra ocasionaría el final de esos últimos veleros, anacrónicos frente a los movidos con motor, a mediados de noviembre de 1918 el vecindario de Torrevieja expresó su satisfacción por la firma del armisticio, engalanándose con colgaduras los consulados extranjeros. El 19 de noviembre se celebró en el Hotel Reina Victoria un fastuoso banquete, festejando el triunfo de las fuerzas aliadas; en el gran salón del comedor fueron colocadas las banderas aliadas, presidiendo la española. Los comensales fueron muy numerosos y la presidencia estuvo representada por el capitán del vapor «Soutport»; Luis Molina, representante de Salinera Española; Rafael Sala García, alcalde de la villa; Antonio Ballester Carcaño, vicecónsul de Gran Bretaña; Arturo Rivera y Peña, cónsul de Uruguay; Pedro Ballester Albentosa, vicecónsul de Italia; Pedro Ballester Carcaño, vicecónsul de Portugal; Tomás Parodi, vicecónsul de la república Argentina; y Pérez Santos, canciller del consulado de Uruguay.

Antonio Ballester, con naturalidad y simpatía dedicó el banquete al triunfo aliado haciendo presente al capitán del vapor inglés que presidía la felicitación entusiasta y sincera de todos los presentes. Seguidamente hizo uso de la palabra el capitán del vapor inglés, agradeciendo emocionado el homenaje que a su nación y aliadas se tributaba. El alcalde Rafael Sala estuvo acertado en sus palabras obteniendo efusivos aplausos. Pedro Ballester, agradeció en nombre de Italia las felicitaciones que a su representación dirigieron. Luis Molina, tuvo frases para la causa aliada de verdadera sinceridad, cautivando al auditorio con su sincera y llana oración. Pedro Ballester Carcaño, en nombre de Portugal, agradeció las frases de simpatía que a dicha nación se dirigieron. Arturo Rivera y Peña, distinguido diplomático uruguayo, estuvo acertadísimo en su fraseología y simpática dicción. Los señores Payá e Inglada, pronunciaron apropiados brindis. No menos elocuentes estuvieron los señores Serrano, Llanos y Manuel Torregrosa; este último pronunció vehementes palabras llenas de fe y entusiasmo para las naciones triunfantes. Y, por último, Francisco Vicén dedicó un recuerdo a la nación belga. El banquete fue admirablemente servido por el Hotel Reina Victoria que colocó el nombre de su acreditada cocina a una altura envidiable. Antonio Ballester recibió felicitaciones por la organización de la fiesta, al igual que los señores Inglada, Payá, Lanzarote y García, miembros de la comisión organizadora.

En los siguientes días el vicecónsul de Inglaterra en el puerto de Torrevieja, Antonio Ballester, recibió expresivos telegramas de agradecimiento del embajador británico en Madrid y del mariscal Foch, comandante en jefe de los ejércitos aliados durante guerra, y que decía: «Tres toché de vos felicitations je vous remecie sincerement. Marechal Foch». = «Muy afectado por sus felicitaciones gracias sinceramente. Mariscal Foch».

En el mes de diciembre de 1918 fondeó en la bahía de Torrevieja el vapor «Igotz-Mendi», que fue hecho preso por el barco corsario alemán «Wulff». Y, cuando ya se creía a sus tripulantes víctimas de algún atentado submarino, resultó embarrancado en las costas de Dinamarca cuando el «Wulff» pretendía llevarlo a Alemania como una presa. En el verano de 1919, el 26 de agosto llegó al puerto de Torrevieja el vapor norteamericano «Glandola», de nueva construcción, que vino a cargar sal de estas salinas. Su capitán, mister Limousen, había sido uno de los héroes en la 1ª Guerra Mundial.

A partir de aquí comenzó para los torrevejenses lo que se podría llamar los «infelices años veinte», ya que, al quedar obsoleta la flota de veleros, a la vuelta de los vapores funcionando con carbón, los armadores tuvieron que mal vender sus barcos para que fueran convertidos en motoveleros o en astillas de madera, y gran número de personas tuvieron que salir de la población para buscar el sustento en las zonas portuarias de Valencia -El Grao- y en Barcelona -La Barceloneta-.