Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El alma del mediterráneo

Hay muchísimos vinos mejores, eso es seguro, pero el vino de Gaspar se reconoce al primer sorbo por cualquiera

Conozco personalmente un porcentaje muy alto de las empresas y los empresarios más significativos de la provincia y no deja de alucinarme cómo algunos consiguieron romper su techo para convertirse en marcas referenciales. Como no me apetece dejarme algún amigo en el tintero prefiero no citar nombres y tampoco quisiera que acusasen al Indignado Burgués de autor de publireportajes blanditos y complacientes con el sistema, que no se trata de eso, pero me llena de orgullo y satisfacción que empresas alicantinas que he conocido desde su origen hayan puesto su marca en lo alto de los estantes europeos. Ya les digo que hay por lo menos una docena de empresarios a los que podría citar porque reúnen méritos suficientes para escribir un libro sobre ellos, pero me voy a centrar en Bocopa que es un ejemplo de todos ellos y que también merecería un libro de esos que a ratos me apetece escribir.

Hace treinta años Bocopa era una cooperativa vinícola modestísima en un mercado en el que, encima, el vino alicantino era mirado con recelo como negocio y la mayoría de los caldos se vendían a granel para enriquecer los europeos, tan carentes de color y de graduación alcohólica. Tampoco me gusta citar nombres en esta columna, pero la metamorfosis tiene un nombre y un apellido, el de Gaspar Tomás, un enólogo que vio posibilidades donde otros veían ruinas y viñas arrancadas para construir urbanizaciones.

A Gaspar se le ocurrió inventarse un vino con uva moscatel de la Marina Alta, y no se complicó la vida para bautizarlo; pero eso, que en su momento a lo mejor fue un error de marketing, se convirtió en su mejor propaganda. «Marina Alta» ha recorrido el mundo como marca y los vinos de Alicante, «Los Vinos de España, los Vinos de Europa» en las cuñas del Carrusel Deportivo, han convertido su cooperativa en una empresa fantástica conocida y reconocida.

Hace unos días se cumplió el veinticinco cumpleaños del «Marina Alta», que se dice pronto. Hay muchísimos vinos mejores, eso es seguro, pero el vino de Gaspar se reconoce al primer sorbo por cualquiera, sea experto o no, como la voz de Gardel o un pasaje de Mozart. Y sin duda, puede gustar tanto a los que no les gusta el vino, lo que es un detalle impresionante, como a los que sí que entienden y en un día de verano vienen desde la Meseta a tomar el aperitivo en la piscina de tu casa y les sabe a gloria con unos salazones. Seguramente no habrá nada más mediterráneo, si quitamos la canción de Serrat.

Iba el otro día en el coche escuchando mi ipod y tuve un pensamiento casi hereje: El «Marina Alta» y Rosalía son lo mismo. Como no se lo he dicho a casi nadie sepan que estoy obsesionado con la cantante catalana, la del «Malamente». Pero: ¿qué tengo yo que ver con una estética poligonera, con los negros del Bronx, con los amantes del rap y del trap, con los reyes del pop y con los popes del flamenco? Pero si a mí no me gusta esa música? ¿O sí?

«El mal querer» de Rosalía es una interpretación de un libro del siglo XIV llamado Flamenca que cuenta un amor oscuro de maltratos y de celos, aunque con el final feliz del empoderamiento de la mujer tras bajar a los infiernos, «que bajar, bajé» como se dice en un recitado de Rossy de Palma. No me quiero enrollar, que les estaba hablando de vino y ando ya por Rosalía y si no se acabaran las 900 palabras de la columna me ponía a divagar sobre los celos y el amor «fou».

Simplificándolo todo Rosalía y el «Marina Alta» gustan a un público heterogéneo porque están muy bien hechos, muy bien construidos, con una estructura muy pensada, donde lo que parece azar es trabajo y talento. Sin duda hay mejores canciones; evidentemente hay mejores vinos, pero en ambos casos que guste a un abanico amplio de paladares, lejos de restar, suma. Y además en los dos casos se nota la emoción con la que han sido hechos, el cuidado que se ha tenido con la materia prima, sea la uva moscatel o el lenguaje. Y la innovación, porque no está al alcance de cualquiera salirse del carril sin descarrilar. Ni el disco de Rosalía es flamenco, que lo desborda por todas las costuras, ni el vino de Bocopa es sólo vino, porque tiene trocitos del alma de todos los que nos sentimos mediterráneos, hayamos nacido aquí o en Sebastopol.

Esta alma mediterránea impregna a muchos de los empresarios que en los últimos cuarenta años han puesto en pie en la provincia marcas de primer nivel. Voy a romper mi propósito inicial, pero cuando estás en el otro lado del mundo y te encuentras en un supermercado una tableta de «Valor» o un sobre de azafrán «Carmencita», en una zapatería unos «Mustang» o unas botas «Panamá Jack», en el escaparate de una ferretería un carrito de «Rolser», en un vestíbulo muebles de oficina de «Actiu» o una docena de ejemplos más, da gusto ser alicantino.

Y si en la carta de un restaurante remoto ven un «Marina Alta», pues qué quieren que les diga, no duden y aconséjenselo a sus acompañantes si son de aquellas tierras y no lo conocen. Que para beber otros vinos hay más días que longanizas, pero para presumir de éxito internacional y de «terreta» hay muchos menos.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats