Que el fútbol no hay quien lo entienda es la única verdad que todos los futboleros comparten. ¿Recuerdan que, hace unas semanas, el Real Madrid del interino Solari se transformó en el luminoso y renacido Real Madrid de un Solari convertido en el nuevo Zidane? ¿Recuerdan que, después del repaso que el Madrid se llevó ante el Éibar de Cucurella, todos miramos a Solari como a un intruso indocumentado que llevaría a su equipo a la ruina y al ridículo en Liga y Liga de Campeones? Supongo que recordarán que, desde el pasado fin de semana y después de la victoria del Madrid en el Bernabéu, el equipo de Solari aspira de nuevo a ganar todos los títulos, sobre todo si tenemos en cuenta que el Atlético de Madrid está en decadencia y el Barça sólo es capaz de ganar partidos de forma apurada ante un Villarreal muy menor. O puede que no, porque bastará un buen partido del equipo de Simeone para que el Atleti vuelva a ser el coco, y será suficiente otro buen partido de Dembélé para que hablemos del futbolista francés como la mejor inversión del Barça desde el contrato escrito en una servilleta que convirtió a Messi en la marca culé. ¿El Madrid de Solari? Dadme una derrota como punto de apoyo y moveré al Madrid al basurero. Dadme dos victorias seguidas, y haré del Madrid un equipo invencible. El problema (o la diversión) del fútbol está en las correlaciones no causales, esas que según Stephen J. Gould son la ruina de la inferencia estadística.

Una correlación puede ser verdadera en sentido matemático, pero eso no significa que exista una relación causal. Podríamos, por ejemplo, calcular una correlación cercana al valor máximo entre el incremento de la población mundial y el aumento de la separación entre Europa y América por efecto de la deriva continental, pero lo cierto es que no hay una correlación causal entre el aumento de la población y la deriva continental. Del mismo modo, podemos establecer una correlación entre los puntos que pierde el Madrid y la separación entre aficionados y Gareth Bale por efecto de la deriva continental, o una correlación entre los goles de Piqué y las victorias del Barça, o entre el nivel de mala leche de Diego Costa y el número de ataques peligrosos del Atlético de Madrid. Pero en fútbol la mayoría de las correlaciones no son causales. La mejoría en el juego de Dembélé y los buenos resultados del Barça no están correlacionados causalmente. Jugar un partido en un estadio pequeño ante un equipo muy animoso no correlaciona causalmente con el sufrimiento y derrota del Real Madrid. No hay correlación causal entre los aspavientos de Simeone en la banda y el nivel del juego de Koke. Pero como en fútbol todo vale, todas las correlaciones sirven y todas se convierten en causales hasta que los hechos las desmienten. Y eso puede ser muy divertido, sobre todo cuando el lunes por la mañana podemos hacer tragar a nuestros amigos sus últimas correlaciones causales erróneas junto con el pincho y el café. Siempre nos quedarán las estadísticas, claro. Los números puros y duros.

Pero los futboleros nos desayunamos las estadísticas y defecamos los números del mismo modo que, como dice Amy Farrah Fowler en "Big Bang" cuando discute con Sheldon Cooper sobre neurociencia y física, Babinski se desayuna a Dirac y defeca a Clark Maxwell. El mismo Stephen J. Gould no deja de asombrarse ante la sorprendente maleabilidad de los datos matemáticos "objetivos" para ajustarse a una idea preconcebida. Los futboleros adoramos las inferencias no causales y nos encanta desayunar estadísticas que luego defecaremos para quedarnos tan a gustito en nuestro mundo de ideas futbolísticas preconcebidas. Es sólo fútbol, Amy. No malgastes tu neurociencia con nosotros.