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Voló tan alto, tan alto...

Quiso el Júpiter galo volar tan alto, tan alto que llegó a perder el contacto con la prosaica realidad de su país, que ha terminado por atraparle.

A base de pensar sólo en Europa, el "monarca republicano", como le llaman algunos, se olvidó de sus compatriotas, pero éstos se han encargado de despertarle de su ensueño.

Emmanuel Macron fue elegido por sus compatriotas como mal menor frente a Marine Le Pen, aunque también porque prometió modernizar el país, desatascando sus instituciones y cambiando la forma de hacer política.

Era lógico que en tal empeño encontrase resistencias en algunos sectores, sobre todo entre los perdedores de la globalización, pero la llamada revuelta de los "chalecos amarillos" parece haberles pillado a él y a su Gobierno totalmente desprevenidos.

No es que no hubiese ya un antecedente: hace cinco años, con el socialista François Hollande en el Elíseo y Manuel Valls en el ministerio del Interior, se produjo en Bretaña la revuelta de los "boinas rojas" contra la "ecotasa" a los carburantes.

El Gobierno socialista cedió entonces, y esta vez tanto Hollande como la también socialista y ex ministra de la Energía Ségoléne le recomendaron prudencia al jefe del Elíseo, que ha terminado haciéndoles caso y aplazando la aplicación de una medida similar a la intentada entonces.

La actual revuelta es con todo mucho más amplia, confusa y violenta que la que le estalló al Gobierno socialista aunque en esta ocasión, la subida del precio de los carburantes, sumada al nuevo impuesto ecológico, fue la gota que colmó el vaso.

Porque afectan de modo especial a quienes habitan la Francia rural, donde la gente se ve muchas veces obligada a coger el coche para todo porque los transportes públicos no existen o son deficientes y los servicios quedan muchas veces lejos.

No es, sin embargo, tan sólo contra ese impuesto destinado a facilitar la transición hacia energías más limpias, pero que toca de modo muy directo a sus bolsillos, contra lo que protestan tan violentamente los "chalecos amarillos".

Lo hacen también contra una fiscalidad que consideran excesivamente onerosa para las clases populares y que viene del mismo presidente que decidió eliminar al mismo tiempo el llamado "impuesto de los ricos".

Muchos consideran, sin que les falte razón, que se trata de una reforma que favorece sobre todo a la clase adinerada y cosmopolita, a la que pertenece el propio presidente.

Los encolerizados "chalecos verdes" critican la que perciben como indiferencia de Macron ante sus problemas cotidianos, el desdén que parece manifestar hacia los más débiles y desfavorecidos.

Esa sensación de no ser tenidos en cuenta para nada, de ser menospreciados o injustamente tratados es lo que ha llevado en más de una ocasión histórica a los franceses a rebelarse contra sus gobernantes.

Como señala el politólogo Jean-Yves Camus, salvadas todas las distancias, los "chalecos amarillos" son "la versión moderna del tercer estado" aunque su enemigo ya no es la vieja nobleza, sino la clase política y el poder económico-financiero.

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