Comienzo este escrito en respuesta al de la señora Lacalle corrigiendo el título del mismo. Es complicado no reaccionar incendiariamente cuando una persona escribe, sin ningún tipo de consideración ni conocimiento, un artículo en el que pone en duda de entrada la vocacionalidad de nuestro colectivo por el motivo de siempre: que cobramos y queremos cobrar por nuestro trabajo. Es muy frustrante, a la par de agotador, que seamos las únicas personas que somos mal vistas por el simple hecho de querer cobrar por nuestro trabajo, que es lo que hace cada persona con el suyo.

Los veterinarios somos los graduados universitarios peor pagados, cobrando de media 1.040,71 euros brutos, lo cual, según el INE (Instituto Nacional de Estadística) supone 1.110,56 euros menos que la media de profesiones sanitarias. No entraremos en condiciones laborales porque tendríamos para varios artículos del constante incumplimiento de la ley. Además, es un sector muy atomizado, con un exceso clarísimo de clínicas, lo cual hace que sean pocas las que tengan un claro beneficio. Recordemos que se nos considera, además, servicio de lujo con todo lo que ello implica y que la ley nos obliga a recetar siempre medicamento de prescripción veterinaria, aunque el mismo principio activo sólo por el hecho de tener como especie de destino un animal, sea diez o veinte (o quizás más) veces más caro que el de los humanos.

No hay que olvidar, además, que los animales no gozan del derecho de una asistencia universal y gratuita como tenemos nosotros; ¿cómo puede esperarse algo así de un país en el que el maltrato animal se considera cultura y recibe subvenciones? La filosofía de nuestro país hace que la vida de un animal no valga nada para muchas personas, no siendo el caso de los veterinarios que consideramos que la vida de los animales tiene un valor incalculable y no precisamente por el valor económico que pueda tener un animal. Como ya he dicho, no existe un sistema de Seguridad Social veterinario, lo cual hace que la salud de los animales tenga que ser gestionada en su totalidad por empresas privadas. A eso, además, hay que sumarle que la población no tiene conciencia de lo que supone tener un animal y los gastos derivados de ello, no contratan ningún seguro para cualquier imprevisto e incumplen la ley, no chipando a sus animales, lo cual da rienda suelta al abandono. A eso hay que añadir que las leyes de protección animal son claramente ineficaces y que no consideran la base del problema del maltrato animal.

Es muy fácil ser solidario a costa del bolsillo de los demás, señora Lacalle, y eso es lo que usted, como muchas otras personas, le exige al colectivo veterinario de manera claramente injusta. La solidaridad, señora Lacalle, empieza y termina en los límites que uno mismo puede asumir, sin exigirle a nadie que le hagan un descuento porque usted es muy solidaria, porque eso no es solidaridad, eso tiene otro nombre. Es muy injusto que le exija a nuestro colectivo que asuma la falta de implicación educativa, social y política que implica el maltrato animal bajo el lema de «es por el amor a los animales».

¿Se ha planteado la cantidad de historias que hay tras la negativa de atender de manera gratuita a un animal? Primero, como usted bien dice, la solidaridad es opcional, así que no tiene ningún tipo de derecho de hacer un juicio de valor de aquellos profesionales que deciden que no quieren destinar su mísero sueldo en el animal que usted lleva porque usted, tan solidaria que es, no quiere pagar lo que valen los servicios profesionales, pruebas y tratamientos que está solicitando.

Segundo, igual que usted, muchas otras personas acuden al veterinario con animales que se encuentran con la intención de que sean atendidos gratuitamente bajo el pretexto de que «nos gustan los animales» y que «es un animal de la calle». Tercero, todos en algún momento hemos atendido a algún animal y hemos dado máximas facilidades de pago y, como resultado y agradecimiento, no nos han pagado nunca. Por último, que se valore nuestra vocación y nuestro amor por los animales única y exclusivamente teniendo presente si durante nuestra jornada laboral reducimos precios o regalamos nuestro trabajo es cruel y nada ético.

Por lo tanto, por mucho que su segundo párrafo haga hincapié en las limitaciones económicas derivadas de que toda la salud de los llamados animales de compañía sea considerada un lujo y privada; de entrada, usted ya ha hecho un injusto juicio de valor hacia un colectivo claramente maltratado por todos lados, incluso por aquellas personas que deberían defenderlo con uñas y dientes porque somos los que lo damos todo para sacar adelante un caso con unos recursos muchas veces insuficientes porque no se puede o no se quiere asumir el coste de lo que el animal realmente necesita. No se puede llegar a imaginar la de veces que compartimos casos, buscando soluciones casi milagrosas porque no podemos hacer pruebas o ingresar el animal, los casos que nos llevamos a casa para seguir buscando alternativas a una eutanasia, o la de veces que buscamos nuevas formas para intentar que un propietario ceda a realizarle una prueba o un tratamiento a un animal que lo necesita.

Todo esto: sueldo bajo, poco reconocimiento social, criminalización de nuestra labor por parte de personas como usted, la fatiga por compasión, eutanasias evitables, eutanasias masivas en según qué comunidades autónomas, situaciones de maltrato animal, vida social prácticamente inexistente y seguro que me dejo más factores. Todo esto hacen posible que los veterinarios seamos los profesionales sanitarios con mayor tasa de suicidio.