Este próximo 6 de diciembre celebramos el 40 aniversario de nuestra Carta Magna, una Constitución que en su momento representó la necesidad de entendimiento, no sólo de los diferentes partidos del momento, sino también de la inmensa mayoría de la sociedad. Un acuerdo para la transformación de un país que venía de vivir entre las sombras de una dictadura que nos dejó anémicos de derechos, entre ellos el más importante, el de convivir en un Estado democrático.

Nuestra Constitución representó el espíritu íntimo de una sociedad que, pese al agotamiento de los 40 años de franquismo, iniciaba una senda bajo la esperanza de una vida mejor. Así, nuestra Constitución se mostraba como un propulsor de la modernidad, del intelecto social y político. Garantizó derechos fundamentales que, es cierto, no todos han podido ser desarrollados tal y como se habían concebidos.

Una Constitución que nos organizó como sociedad y que, en lo territorial, estableció una estructura y funcionamiento cuya fórmula, y pasado todo este es tiempo, se antoja agotada y cuya reforma requiere de una capacidad de consenso que a día de hoy parece inalcanzable.

Es este consenso, el que fue capaz de engendrar nuestra Constitución, el necesario para salir de este tiempo de rigideces partidistas e identitarias. Y para eso, sigo defendiendo la necesidad de liderazgos fuertes en lo social, en lo económico y especialmente en lo político.

Liderazgos fuertes no para aumentar el grosor de los muros que nos separan, sino para todo lo contrario: para ser capaces de removerlos y comenzar a entender que, o comienza a fluir la brisa del diálogo, la tolerancia o el entendimiento, o este país corre el riesgo de quedarse sin aliento democrático.

Conozco a mucha gente que no votó esa Constitución. Unos porque ahora son jóvenes, y otros como yo, porque lo éramos entonces y la edad no nos daba para acudir a las urnas. Este es el caso de lo nacidos después del año 60. Una cuestión de juventud.

Posiblemente ese sea también déficit transversal de nuestra Constitución, la falta de espíritu juvenil y, también femenino, si tenemos en cuenta todos y cada uno de sus ponentes eran hombres.

Por todo esto, y ante la celebración este próximo 6 de diciembre del 40 Aniversario de la Constitución Española, reclamo la urgencia de mirar a este tiempo recorrido con agradecimiento por los servicios prestados a nuestra convivencia, pero a la vez, con la evidencia de que, como sociedad, debemos dar pasos hacia una reforma constitucional. Debemos poner en su sitio demasiados flecos sueltos.

Y para ello, este país, desde todos sus colores y matices, debe demostrar si es capaz de iniciar debates sosegados, generosos, diversos y con claridad de ideas para modernizar su Carta Magna. Seguro que nos sentiríamos muy orgullosos de ello, tal y como se sintieron quienes forjaron hace 40 años una etapa de convivencia y progreso.