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Vox populorum

«De los pueblos», no «del pueblo». Guste o no guste el resultado de Vox en Andalucía, el caso es que tiene detrás casi 400.000 votos y 12 escaños y eso exige alguna explicación al margen del habitual arrimar la ascua a la propia sardina que practican los partidos en campaña electoral (y no se olvide que en ella estamos todavía y lo que te rondaré morena). La culpa, siempre, la tienen los otros y, si no sabemos qué hacer, «tomamos la calle» (o la Universidad) para protestar con independencia de los efectos que tales protestas puedan tener sobre la realidad.

Si de lo que se trata es de comprender lo sucedido y no dejarse llevar por las emociones o los intereses, la primera explicación tiene que ver con la inmigración. El Ejido sale de inmediato en la charla, pero hay que añadir, para no dejarse atrapar por lo aparentemente obvio, que el partido (escisión del Partido Popular, no se olvide) ha tenido más peso en las ciudades que en el resto de Andalucía. Así que quedarse en la emigración es algo demasiado fácil y ya se sabe que los argumentos simplistas movilizan, pero no suelen explicar.

El caso es que, con permiso de Felipe González, España no era la excepción en Europa en cuanto a no tener un partido de extrema derecha con representación parlamentaria. Portugal lo sigue siendo. Pero sí es cierto que en Europa abundan los tales partidos, además de los populistas de izquierdas y los populistas nacionalistas monotemáticos, fenómenos ambos que conviene no perder de vista. En Suiza estos partidos de extrema derecha obtienen importantes porcentajes de voto, en Italia la Lega (antes Lega Nord) está en el gobierno, en Francia el Rassemblement National (antes Front National) ha jugado a la presidencia y con posibilidades y la lista sigue en Alemania, Suecia, Dinamarca, Finlandia, Holanda, República Checa, Bulgaria, Hungría, Polonia, Austria o Chipre. Y seguro que se me escapa algún país más, por ejemplo, UKIP en el Reino Unido o no tan unido. No se me escapa Grecia con su Amanecer Dorado, pero esa es otra historia. Para lo de ahora hace falta una explicación.

He encontrado un trabajo que intenta darla, pero sin caer en simplismos. Diferenciando país y país y escala nacional y escala local, procura darle explicaciones desde el lado de la oferta política y del lado de la demanda social. Y ahí tengo que recordar El mundo de ayer. Memorias de un europeo autobiografía del Stefan Zweig que leí en mi adolescencia porque mi padre tenía sus obras completas. En la Alemania pre-hitleriana había pobreza, insatisfacción, inseguridad por un lado y, por otro, comenzaba una oferta de soluciones claras y simples, con buenas herramientas de propaganda e indoctrinamiento y con estrategias para ir ocupando posiciones de poder: los nazis. Zweig, judío que tuvo que exiliarse y acabó suicidándose, recoge la incapacidad de las élites para darse cuenta de lo que se estaba cociendo a sus espaldas o frente a ellos.

Ahora tenemos una demanda social clara, asociada con la inseguridad tanto económica como cultural en un contexto de creciente desigualdad social, y a la que es fácil ofrecerle claros culpables: la inmigración, la corrupción, los bancos, la «crisis». La oferta también se va clarificando, diferenciándose de «los de siempre». Cierto que el Partido Popular y Vox tienen sus más y sus menos. Pero la oferta de Vox ha tenido apoyo mediático (incluso los argumentos en su contra se convertían en argumentos a su favor) y, como ha recordado Rodríguez Zapatero, buena estrategia en las redes sociales, esa fuente de conocimiento y decisión que las encuestas no cubren (por cierto, el CIS, a principio de campaña, acertó relativamente con el Partido Popular, Ciudadanos y Adelante Andalucía y no lo hizo con el PSOE y Vox. En su favor hay que decir que no hacía predicciones, sino que intentaba reflejar lo que había en aquel momento, así que algo habrá que adjudicar a la campaña pésima del PSOE y eficaz en Vox).

Pero volviendo a la campaña, es preciso recordar el intento de organizar una «internacional nacionalista» (es decir, de extrema derecha) por parte de Steve Bannon, exasesor de Donald Trump, y que, se sabe, tuvo contactos con destacados miembros de Vox. Forma parte, a lo que parece, de una estrategia «trumpista» de debilitar a la Unión Europea fortaleciendo a los partidos euroescépticos. Preguntarse qué trucos les tuvo que enseñar es caer en la trampa del conspiracionismo, pero no por ello la pregunta es irrelevante.

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