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Vientos de cambio

El PSOE, caído en Andalucía, presagia cambios en toda España. Y la irrupción de Vox va a influir en el discurso político del resto de partidos

El oscurecimiento de la democracia trae consigo la preeminencia de los extremos. La lección andaluza se mide menos por la sorpresa que por su magnitud. Una constante en la Historia es que a cualquier proceso revolucionario le sigue una reacción. Cuando los baluartes muestran su debilidad, se aceleran las dinámicas de descomposición social (y la democracia, como nos recuerda Tocqueville, consiste sobre todo en que la cultura, las costumbres, las leyes y las instituciones logren frenar los excesos de las pasiones).

El escenario político español no se puede desligar del que se vive en Europa y en el resto del mundo occidental: una revolución económica, tecnológica, demográfica, de valores y costumbres que plantea retos enormes a todos los niveles. Ridiculizar los miedos y los anhelos de una ciudadanía desconcertada por estos cambios o suponer que la inflación ideológica no tendrá consecuencias reales en la estructura de la sociedad es sencillamente ingenuo. Más que de una mera decadencia institucional, debemos hablar ya de una abierta crisis de modelo que amenaza con liquidar por derribo la arquitectura política surgida de la posguerra, garante durante décadas de la paz y el desarrollo económico en Europa. La pugna entre globalización y renacionalización de la soberanía constituye sólo un episodio de esta contienda. Importante, por supuesto, pero no exclusivo.

El terremoto andaluz es reflejo de la revolución iniciada en Cataluña con el procés, que ha reabierto la caja de Pandora de nuestro pasado. No obstante, también es el reflejo de una indignación social mucho más generalizada y que admite una multiplicidad de causas. Al PSOE andaluz lo ha hundido el desgaste de cuarenta años en el poder, así como la línea política impuesta por Sánchez en Moncloa y percibida en buena parte de España -sea justo o no- como una rendición ante los independentistas. No es sólo eso, claro está. Hay un malestar de derechas -igual que hay un malestar de izquierdas-, no específico de las elites, sino más bien del votante trumpiano; es decir, del votante de orden, que ve amenazado su mundo -económico, moral, afectivo-, se siente incapaz de aprovechar las oportunidades que ofrece la globalización y ya no se considera representado por los partidos tradicionales. No se trata de un votante necesariamente fascista ni de extrema derecha -como el de Podemos tampoco es obligatoriamente chavista-, sino de alguien que se ve indefenso y a veces, sólo a veces, vejado en sus emociones y creencias. La acción conduce a la reacción; el rencor alimenta unos votos y el miedo, otros. Sin contención, las emociones guían el poder.

El PSOE, caído en Andalucía, presagia cambios en toda España. Y la irrupción de Vox va a influir en el discurso político del resto de partidos. Ya lo ha hecho. Las posiciones de los votantes se van a endurecer, las posiciones de los partidos también. Sánchez no se atreverá a adelantar elecciones y tal vez endurezca su discurso sobre Cataluña. PP y Cs tendrán que decidir si aceptan los votos -y parte del programa- de Vox, al igual que el PSOE ha aceptado votos de partidos anticonstitucionalistas; o si, por el contrario, la posibilidad de un gran pacto de Estado entre los tres partidos centrales -PSOE, PP, Cs- se halla de nuevo sobre el tapete. Podemos -ya lo anunció Iglesias tras su fracaso andaluz- volverá a tomar las calles, su medio natural. El indepentismo aprovechará el juicio para victimizar su base de votos y seguir ahondando en la ruptura emocional con el resto de España. Venimos de años complicados. Se acercan tiempos aún más preocupantes.

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