En las elecciones andaluzas el mejor resultado (PSOE, 33 escaños) es el peor y el peor resultado (Vox, 12 escaños) es el mejor. Se llama política este juego, complejo como el ajedrez, tramposo como el póker, emocional como el fútbol, adictivo como la tragaperras. A veces, divertido como la brisca. A veces, arriesgado como la ruleta rusa.

Hasta ahora había en el Parlamento grupos catalanes y vascos que reconocían que España les da igual, que iban a Madrid a lo suyo y ahora, como reacción, hay Vox en el parlamento andaluz, que quiere destejer el Estado de las autonomías y dice que sólo le importa España. Como reacción al nacionalismo, Vox es reaccionario y nacionalista.

El nacionalismo vasco lleva tres generaciones alimentando el españolismo de los Abascal y el independentismo catalán ha vigorizado el crecimiento de Vox. Ya hay un nacionalismo español de temperatura emocional y fetichismo identitario homologable al PNV, a ERC, a Batasuna a PdCAT. El nacionalismo produce nacionalismo, como la crisis aflora la insolidaridad o como los grandes ataques a la libertad se contestan con represión.

Habla en Vox un españolismo que no tenía expresión parlamentaria, que menta una España llena de implícitos y que se explicita en la pasión por los colores, el beso a la bandera, la asistencia a la procesión, la tarde en los toros, la partida de caza, la convivencia de casa cuartel, el maximalismo del todo por la patria que no cuantifica el todo ni limita la patria: todo es la patria y la patria, todo.

España ¿cómo? No, España al fin de la frase para adornarla de aplausos, España como si estuviera invadida por franceses, atacada por ingleses, derrotada por estadounidenses, amenazada por extraterrestres. España, yo; tú, no.