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Tierra de nadie

Para ser feliz

A la vida, como a todo, hay que pillarle el punto. Hay gente a la que le gusta el desierto, pero yo pasé unos días en él y no logré verle el encanto. Pues lo mismo me ocurre con la vida, que no acabo de encontrarle la magia. Si tengo que vivirla, la vivo, y procuro no quejarme, pero a veces me paro a pensar en ella, en la vida, y me digo: no has entendido nada. No sé porqué, me ha venido esta idea en la tienda de los chinos, adonde me he acercado a por una botella de vino blanco para hacer un guiso. He comprado un verdejo y he vuelto a casa dándole vueltas a este fracaso mío con la existencia. ¡Mira que es hermosa la vida! ¡Hermosa y rara! La tienda de los chinos, sin ir más lejos, me parece un prodigio de economía doméstica. Encuentro en ella todo lo que se me olvida meter en el carrito del súper: las pequeñas cosas, diríamos: el pimentón, las servilletas de papel, la comida para el gato. Solo por el milagro de los chinos, uno debería amar la vida, dar gracias por ella, rendirse ante sus vueltas.

Pero yo no. Por cierto, que antes de llegar a la esquina me doy cuenta de que se me ha olvidado coger un bote de garbanzos cocidos para el potaje y he de volver. Siempre empleo garbanzos de bote porque se me olvida ponerlos a remojo la noche anterior. A veces no es que se me olvide, sino que la idea del potaje surge al día siguiente y no me queda otra. El chino, al verme regresar, se acerca a una estantería, coge el bote de los garbanzos y me lo ofrece sin necesidad de que yo diga nada. Se ve que me ha ocurrido en otras ocasiones de las que no soy consciente. El chino es mi subconsciente.

Entro en casa y voy directamente a la cocina, donde me dispongo a preparar el sofrito sin dejar de pensar en la desgracia de no haberle cogido el punto a la vida. Mientras pelo los ajos pongo la radio para que me haga compañía, pero enseguida desconecto de ella para escuchar mi radio interior. Todos tenemos una radio interior permanentemente encendida. La mía emite ideas obsesivas que escucho con paciencia y buen humor. A mí me han salvado el humor y los potajes. Mi familia dice que le tengo cogido el punto al de garbanzos. Eso me gusta, pero no basta para ser feliz.

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