Citizen Jane: Battle for the City, «la batalla por la ciudad», un reciente documental disponible en Filmin, narra la histórica batalla de una mujer, Jane Jacob, ama de casa, más tarde periodista y activista, que se enfrenta armada de una pancarta y en compañía de sus hijos, vecinas y otros activistas, al rey del urbanismo de New York, Robert Moses (y su grupo de arquitectos y técnicos que se creían «propietarios únicos del conocimiento» y de la ciudad) y consigue evitar que una legión de buldozers se llevara por delante Washington Square, Greenwich Village y otros lugares con el fin de prolongar la Quinta Avenida. La batalla, eso fue literalmente, que se desarrolló en el New York de los sesenta, es un ejemplo entre muchos (en este caso exitoso, en la mayoría de los casos, no) de la lucha por la ciudad, una lucha desigual entre los de abajo, la gente sencilla que habita los barrios y da vida a la ciudad, y los de arriba, los gigantes del dinero, los señores del «modelo de ciudad» que aparece como indiscutible en cada momento.

Hoy, la hazaña de Jane Jacob, la tía Jane como se la llamaba, es incluso más valorada que lo fue entonces, tal vez por la manera en que la llevó adelante. Su lema era «observar la ciudad para entenderla», entender cómo la gente organiza sus vidas y se relaciona en los barrios, en los parques y plazas. Decía que los barrios son más seguros cuanto más y mejor conservan el espacio público y permiten la diversidad de usos (como Richard Sennett resaltaría más tarde). Para Jane, la ciudad es un espacio de diálogo, de encuentros y de cuidados, un espacio de participación desde abajo, para hacerla sostenible, saludable, amigable.

Muchos años han pasado desde entonces y aunque el modelo desarrollista decayó, en teoría al menos, ningún otro lo sustituyó globalmente. Ya en los años noventa, empezó a hablarse de la «ciudad global», la «ciudad de la información», la «ciudad resiliente», etc. hasta que el impulso dado por IBM, en 2010, situó el concepto de Smart City, o ciudad inteligente, en la agenda internacional, como nuevo modelo o nueva utopía de ciudad. Impulsado por gigantes de las tecnologías (no de urbanistas o teóricos y prácticos del urbanismo), como IBM, CISCO o Software AG, la Smart City -que se basa en una banda ancha inalámbrica y la incorporación de sensores computerizados en el tejido urbano de modo que integran las más diversas actividades (y el «Internet de las cosas») que se llevan a cabo en la ciudad- se presenta como un modelo de eficiencia, competitividad, innovación y sostenibilidad sin precedentes, destinado a inaugurar una nueva era del urbanismo, un modelo que atrae a innumerables empresas a Foros tan importantes como al Smart City Expo World Congress, clausurado hace unos días en Barcelona.

El modelo Smart City, del que ya se tiene una notable experiencia a nivel mundial, y a cuyo alrededor se mueven cantidades astronómicas de capital privado, viene a aportar sin duda, de las mano de las TIC's, las tecnologías de la información y la comunicación, soluciones eficientes y sostenibles a la gestión de las ciudades, pues mejora la prestación de los servicios y los hace más competitivos, permite ofrecer más información a los usuarios y niveles mayores de transparencia y participación, al tiempo que revoluciona radicalmente el modo de vida de la gente.

Precisamente por ello, porque revoluciona el modo de vida, la crítica al modelo, a veces radical, no se ha hecho esperar. Una crítica que abarca muchos aspectos y que arranca, precisamente, de la pregunta de cuál será el impacto del buldózer tecnológico en la vida de la gente. Si servirá para entender la ciudad como un sistema que debe ser controlado y automatizado, o para solucionar los problemas sociales reales de la ciudadanía. Si no supondrá un peligro para la democracia en la medida en que las decisiones se tomen tecnocráticamente en base solo a datos, sin responsabilidad política. Si el big data resultante de la captación de datos no conspirará contra la privacidad de las personas y las someterá a un control insoportable y manipulador de gran hermano. Si no estará el sistema expuesto al pirateo de datos y a acciones intrusivas, sobre todo si los datos se dan en abierto y en tiempo real. Si promoverá la integración social y la gestión de la diversidad, o ensanchará la brecha social, la segmentación y la desigualdad. Si, en definitiva, la ciudad, como soñaba Jane Jacob, puede o no llegar a ser un verdadero espacio de diálogo, de encuentros y de cuidados.

P.D. En Alicante le lanzó no hace mucho un ambicioso plan de sensores urbanos para obtener datos de tráfico y movilidad, ¿Qué se sabe de él?