No sé si se han preguntado alguna vez cómo es la sombra de las palmeras. Sería interesante organizar un concurso literario sobre ese tema. Estoy convencido de que algún ilicitano, pues en Elche, a pesar de todo, hay mucho talento, saldría con alguna descripción tan ingeniosa como la que realizó el inmortal Miguel Delibes sobre la sombra del ciprés, aunque en su caso fuera una descripción metafórica del sentido de la vida: «Sabía que la sombra del ciprés es alargada y corta como un cuchillo».

De hecho, La sombra del ciprés es alargada es el título de una novela de Delibes, que escribió en 1947 y que le valió al notable vallisoletano la consecución del Premio Nadal y darse a conocer como el gran novelista que fue. En esta obra, Miguel Delibes narra la historia de un tal Pedro, desde que es un niño pequeño, abandonado por su tío en casa de una familia de Ávila, hasta su edad adulta. El aire pesimista que se respiraba en esa casa impregna la novela desde el principio, confiriéndole un tinte filosófico, en el que el protagonista reflexiona sobre el sentido de nuestra propia existencia.

En cualquier caso, como la propia novela pone de manifiesto, el pesimismo, muchas veces, no es tan solo un estado de ánimo, sino que puede llegar a ser una reacción de la parte más racional de nuestro ser contra los avatares y golpes que nos depara el destino, como defensa última para que, en lo más profundo de nuestro subconsciente, quede un mínimo resquicio de esperanza que nos sirva de escudo psicológico ante el infortunio.

Sea como fuere, la sombra que esta semana ha resultado más alargada a la postre, ha sido la del Olmo de Navajas, designado como candidato español a árbol europeo del año, en detrimento de nuestra Palmera Imperial. Muchos nos lo temíamos, pues la clara apuesta de nuestros representantes políticos en pro de la consecución de ese galardón hacía presagiar lo peor. Se empieza a barruntar que hay un gafe, al menos, entre ellos. En fin, sirva como consuelo que la palmera no es, técnicamente hablando, un árbol, puesto que no tiene tronco propiamente dicho, sino un falso tronco, llamado estípite, formado por los restos de las bases de las hojas viejas y de los tejidos conductores lignificados.

Pero el pesimismo que ahora mismo me embarga, como a Pedro en la novela de Delibes, no está causado por la derrota de la Palmera Imperial en una votación electrónica. Mi pesimismo surge de la convicción de que esta derrota no es sino un epítome de la decadencia social, económica y, especialmente, política que sufre Elche y que tiene su mayor exponente y mejor ejemplo en la forma en que se gestó y se ha gestionado el asunto del Mercado Central.

Existen ciudades en España y en todo el mundo que se han reinventado en torno a un proyecto emblemático, más o menos ambicioso. Proyectos que pueden estar basados en una obra icónica, como fue el caso de Bilbao en torno al Museo Guggenheim, que supuso la puesta en marcha de una regeneración urbana sin precedentes; pero también pueden ser proyectos fundamentados en una idea de ciudad compartida, como la campaña Amor por Medellín, que surgió como una iniciativa cívica, sin ninguna motivación política o comercial, y que consiguió cambiar por completo la imagen de esa ciudad colombiana, marcada hasta entonces por el estigma del narcotráfico y de la violencia, hasta llegar a convertirse en una de las urbes más innovadoras del mundo.

Ahora bien, todos esos proyectos urbanísticos, culturales, educativos o de cualquier índole que han transformado la faz de muchas ciudades siempre han tenido un denominador común: el consenso. Un proyecto de ciudad debe suponer un reto colectivo, que ilusione a absolutamente todos sus habitantes, que sume esfuerzos y aúne sinergias y, sobre todo, que cree unas perspectivas de futuro que motiven a la población a ponerlo en marcha. La remodelación del Mercado Central de Elche podría haber supuesto un revulsivo para iniciar la transformación de nuestra ciudad, pero PSOE, PP y Compromís han conseguido que lo que podía haber sido un catalizador para iniciar ese proceso, al final haya sido todo lo contrario: lo han convertido en división y enfrentamiento? Y eso es imperdonable.

Imperdonable por parte del PP por hacer las cosas sin transparencia, con nocturnidad y alevosía. Imperdonable por parte del PSOE y de Compromís por dejar pasar casi cuatro años antes de tomar una decisión que puede llevar a la ciudad a una debacle económica, a una perpetuación del problema en la intricada maraña judicial o, en el peor de los casos, a ambas cosas.

No quiero ser pesimista, quizás aún haya un resquicio de esperanza si alguien pudiera hacer de la necesidad virtud y reconducir todo este asunto, viciado desde su origen y empeorado por la nefasta gestión que de él se ha hecho, porque, como decía el personaje de Dña. Sole en La sombra del ciprés es alargada, «El pesimismo sólo nos deja ver las espinas en los rosales, la muerte en el hombre, la carne en el amor. Alimentados de pesimismo no vivimos la vida, la sufrimos. Todo lo malo de la vida se agiganta para el pesimista, y, además, lo bueno lo hace malo, precisamente porque de todo escoge su fachada negativa».